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tos de sus placeres, -el juguete de sus pasiones, ·la víctima de

11u

cólera, de

'SU

mal humor, de su capricho; importante obser–

-vacion que confirman las histoóas de Neron, Atila, Mahomet

¡r,

Enrique VIII, Isabel de Inglaterra,

y

de todos los tiranos

-que han desolado al linaje humano.

Gerardo.-Ami.gos,

aunque suele decirse que contra he–

chos no valen l'azones, .sin embargo debo objetarns que los

pecados de impureza son efectos de la natural propension del

hombre al placer

y

al deleite de los sentidos.

Eliseo.-No

niego, amigo, esta funesta inclinacion hija

del primer pecado del hombre prevaricadox, que nos inoculára

con su misma sangre la concupiscen<:ia

y

la muerte; empero

pretender que las abominaciones de todo género sean una pro–

pensinn

natur.al,

es un lenguaje tan absurdo como ofensivo

á

la

justicia

y

santidad del Dios de la naturaleza.

Oiúllenno.-Es

cierto, mi Gera1·do, que el hombre al na·

cer lleva. en si mismo la causa ele su muerte, esto es, lleva

consigo un g.érmen de corrupcion, cuyo desarrollo

y

acrecen–

tamiento

acele.ra

la fermentacion pútrida, que altera

y

depra–

va los humoi·es, abraza

y

corroe las partes que ataca, destruye

la economía animal,

y

con ella al motor principal de la vida.

'rodos los facultativos reconocen, que la impureza acelera la

corrupcion, orígen de mil enfermedades y causa de una muer–

te prematura. Mira Gerardo, á tantos entes embrutecidos y

c1egradados, míralos encorvados por el peso del crímen y de la

infamia,'•arrastrando un resto ele vida material

y

animal. ¡In–

felices! han pecado contra Dios, contra la naturaleza y con–

tra sí mismos. Han violado las leyes del Criador, han desfi–

gurado la imágen de Dios en sus personas, .se han puesto al

nivel del bruto, y como él, solo miran á la tierra; su vista ale–

lada

y

estúpida no puede ya dirigirse al cielo; no se atreven a·

levantar su frente ignominiosa y ya marcada con el sello de la

reprobacion; se hunden poco á poco en la muerte, y una última

crisis couvulsiYa a.caba en fin arrancandoles el alma con la vio–

lencia11 del dolor, de la vergúenza

y

de

la

infamia.

Gerardo.-Yo

repetiré tambien lo que he oiclo muchas ve–

ces,

á

saber, que estos vicios á ningtmo ofenclen, á ninguno da–

ñan,

á

nadie perjudican.

Eliseo.-Para persuadirte de lo contrario, entra en los hos–

pitales de los incurables, pregunta porque yacen y gimen allí

atormentados tantos jóvenes de uno y otro sexo, cu,yos cuer–

pos desgarran instrumentos cortantes y hierros incandescenteB;

pTegunta porque

y

te responderán casi todos por la lascivia. No

quiero particularizar los desórdenes físicos y morales que pro-