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mayor rnzon, en la corriente de males que nos inunda, nunca

es por demás inculcar en la conciencia de los amigos, la gra–

visima obligacion que pesa sobl'e ellos y nosotros de alejar de sí

y de sus dependientes, si son superiores, y si no lo son de sus

prójimos esa pestilencia que se exahala de los malos periódicos,

y de los libros inmorales é irreligiosos, obligacion impuesta

por la justicia y caridad,

y

por la sana razon. Asegurn Lutero

(toni.

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de su,s cartas

á

Espalcito)

que: "Es de antigua costum–

bre quemar los libros malos, infectos, como lo leemos en los He–

chos del los Apóstoles." Apartemos léjos de la juventud los

ejemp~os

del vicio, las conversaciones disolutas, los amigos

prevaricadores, la ociosidad, la inaccion y el error. Mañana

hablaremos de otro mal, que sufre la humanidad.

Gnillermo.-¡Oh!

que espesas tinieblas llenan el espacio!

No se oye el menor -ruido á excepcion del apagado murmullo

del viento, que, silba bajo el techo de nuestra morada, y el an–

dar pausado del reloj, fúnebre como la marcha del tiempo .....

VELADA OCTAVA.

Las sombras de la noche empiezan

á

reemplazar la débil

luz del crepúsculo: no se oye el canto de las aves, ni el suave

murmullo de las ojas movidas por el aura; un misterioso si–

lencio reina en

la

naturaleza. Cualquiera otra luz mas fuer–

te pertlll'baria la quietud ele las meditaciones en que, estoy em–

bebido. Mi alma se halla bien con la soledad, la oscuridad

y

el

silencio: tan favorable es la pausa majestuosa de toda la natura–

leza al estado de embriguez que, siente el corazon humano que,

ahogando las pasiones desordenadas oye la voz de su concien–

cia. De repente cambia la escena: llega á mis oidos el éco le–

jano de gritos, de ayes, de blasfemias. Entre el rumor con–

fuso

y

asordante se presentan

á

mi imaginacion las ciudades de

Sodoma, Gomorra, Adama, Seboin

y

Segor conYertidas en mon–

tones de ceniu1.; mi imaginacion eontempla

á

los sodomitas cor–

riendo furiosos en medio de un vasto incendio sin poder salvar

ni su vida, ni sus bienes, arden los árboles, consúmense las

mieses, sécanse las fuentes,

y

la lluvia de azufre

y

fuego pene–

trando hasta las venas de betun de que, e'itán llenas las llanu–

ras de Pentápolis, inflamando las materias conbustibles causan

una erupcion volcánica que hunde el terreno, sobre el cual se

precipita el rio

J

ordan convirtiendo el valle de Pentápolis en

n~

lago Asphaltite, ó mar muerto, sepultando en sus abismos la

memoria. de los horrendos crímenes que se cometieron en las