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menos literato que fu1;noso impio, se conviede con la lectura.
del libro de oro "La imitacion de Cristo". Mas ¿quién podrá nar–
rar
los males que ha hecho el veneno que entrañan las obras
de Voltaire, los escritos de Roussean, la.s dos novelas de Mr.
Sué en Francia, en la Nueva Granada y en cualquier parte que
han circulado?
Gerardo.-Yo
creo que todos los impresores viven indigna·
dos contra Gregario XVI porque prnhibió la libertad de im·
prenta, en la Encíclica de 15 de Agosto de 1832.
Giiillenno.-Pues
amigo, ese Pontífice cumplió con su de·
ber, y todos los impresores sensatos se lo agradecen, pues ellos
saben que la imprenta es el medio mas
á
prnpósito para la pro·
pagacion de las malas doctrinas, que destruyen la fé, dañan la
moral y ocasionan el desórden. La Iglesia desde el principio
de su fundaciou ha tenido la costumbre de prohibir los libros
que juzga nocivos, siguiendo en esto el ejemplo de los apósto·
les, delante de los cuales "muchos de los que se habían dado
al ejercicio de artes vanas, ó
ciencia mágica,
hiciernn un mon·
ton de sus librns,
y
los quemaron á vista de todos" (Actor. XIX.
19.) Cua.ndo se desenterraron en Roma los códigos de Numa
Pompilio que trataban de religion, como el Senado no los ha–
llase conformes con la creencia establecida, ordenó con justa
política que fuesen entregados á las llamas
(Spedalciri.
Derech.
del
hom. lib. 6
c.
XI.)
Tambien el emperador Justiniano man–
dó en su edicto al pueblo de Constantinopla que se quemasen
los libros heréticos.
Gerarclo.-Con
esas medidas tan severas, se favorece la
ignorancia, y se impide la difusion de las luces.
El·iseo.-Este
es error muy pernicioso, pues los malos libros
no sirven sino para perjudicar. Oid á un libre pensador de es•
te siglo. "Desde mi juventud he estudiado vuestros libros, oh
filósofos, y todos los he meditado por espacio de veinte años.
Jamás fütbel vió mayor confusion y discordia. Entre todos
vuestros sistemas nada hay cierto, f'ino la incertidumbre de to–
das las cosas." Así hablaba, con razon Leroux
(Reme. indep.
to11w
I.)
Confiesa el incrédulo Rousscau, "mm cuando, dice, los fi–
lósofos estuviesen en estado de descubrir la verdad, ¿quién de
ellos tomaría empeño por sostenerla? Cada uno sabe por si
que su sistema no está mejor fundado que los otros; pero 1o
sostiene porque es suyo. No hay uno que si llegase á conocer
la verdad ó falsedad de él n;:> prefüiese la falsedttd que había in–
ventado,
á
la verdad descubierta por otro. ¿Dónde está el filésofo
que por adquirir gloria no engañase gustosamente al género
humano? Qué otro objeto -se propone ninguno de ellos en el