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bandonan

á

los rlesórtlenes mas deplorables, y

á

los vicíos mA.s

groseros: he conocido hijos desventurados convertidos en los

mrs encarnizH-clos enemigos de sus padres; he conocido hijos in·

felices consumidos del fuego impnro de las píl.sionos, autoriza–

dos por el perverno ejemplo de sus padres; he conocido hijos

desnaturalizados que deseaban ardientemente

lit

muerte de

sus padres, y aun

~a

procuraban causándoles mil senti·

mientos para heredar sus bienes y con ellos entregarse

con mas desahogo á la liviandad; yo mismv he visto á un

hijo cruel apedreando [á su propia madre. No hace mu·

chos años que Pn la nueva Granada un jóven obsceno digno

alumno de la escuela Epicurista, ó como la llaman hoy Benta–

mista, disputó

á

su mismo padre los derechos que le daba el

matrimonio para usar de su madre que lánguida

y

desfallecida

por una enfermeclad, no poc1ia oponer resistencia á aquella pa–

sion, que no puede decirse brutal, porque hasta los brutos tie–

nen en esto una valla que la naturaleza les ha trazado. ¡Pa·

dres! abrid los ojos y aprended, de lo contrario sereis las pri–

meras víctimas

á

consecuencia de la mala educacion que dais

ó.

vuestros hijos.

Gerardo.-¡Jesus! ¡Jesus! me horrorizais, D. Elíseo.

Giiillermo.-Amigo,

esto es nada, pues todavía no h:;i, retra–

tado

á

la sociedad sin educacion religiosa. Para convencerte,

contempla

á

la Francia en el último tercio clel siglo pasado,

y

por una parte oirás los gritos furibundos de una tmba de líber·

tinos que en nombre de la libertad, forjan duras cadenas, pre–

pa,ran cadalsos y derraman

á

torrentes la sangre de sus conciu–

dadanos; por otra verás á una multitud ele fanáticos impíos que

demoliendo templos

é

incendiando altares, se enriquecen con

sus despojos; aquí la horrorosa guillotina segando las cabezas

de Luis XVI y de María Antonieta,

y

mezclando su sangre con

la de sus mismos tiranos; allí el estampido del cañon fratrici–

da que lanza á la tumba millares de víctimas inocentes

y

siem–

bra por doquier la dcsolacion, las lágrinas

y

el exterminio. Re–

fiere un testigo de vista, en una obra titulada.

I dea de los hor·

rores cometidos en Paris,

que en la plaza Delfina babia encendido

&l pueblo una grande hoguera en que fueron quemados muchos

hombres

y

mujeres. Entre otras fué traicla la condesa de Pe·

rignan con sus hijas, que todas tres c1esnudas

y

untadas con

aceite fu eron puestas

á

asar con fuego lento, danzando

y

can·

tando á graneles voces la

canniniola

todos los verdugos al rede–

dor, para ahogar los gritos llorosos de las infelices. La me–

nor, que no tenia aun quince años, llorando pedía por favor le

quitasen la Yida antes de ponerla, lo que oído por un jóven le