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»cerca de los súbditos de ambas potestades; so–
>>lo nosotros podemos legislar, y los obispos han
>>ele someterse, aun ·en Jo espiritual,
á
nuestro
»imperio; todo lo que no sea una ley para el
»templo y la sacristía, ha de ser ele nuestro re–
»sorte; a m la cát edra sagrada
h~:~.
de sufrir
nues-~
»tra cens.ura; sobre todo, lo que nunca tolerare–
))mos , es la libre j urisdiccion del Primado de
»toda la I glesia; y, como aquellos pr íncipes ele
>>quienes habla David,
rompamos sus atadu1·as,
y
J>echemo s fuera de noso t1·os
S'lt
coyunda
(1) . Rejis–
>>trando los anales de la antigua Roma, hemos
.»visto que los Césares er an tambien P ontífices:
»¿no somos nosotros ele la misma talla?>>
Hé allí, Venerables hermanos
y
amados hi–
jos nuestros, ·el programa del moderno cesa–
rismo; programa escrito con los hechos mas que
con las palabras, con las persecuciones mas que
con las leyes; · con las intrigas mas que en los
discursos; en las combinaciones políticas mas
que en las academias . En virtud de ese progna·
ma, -q,n Soberano perseguía
á
los obispos por–
que promulgaban el
S,yllabus,
otro rompía un
Concordato celebrado con la Santa Sede, y otro . '
impedía
á
los obispos y á los fieles la libre
co~
municacion. con el Sumo Pontífice, y desterra–
ba cruelmente
á
los que hallaba culpables de
· contravencion
á
sus atentatorios decretos. To–
do esto sucedía' en Europa no hace diez años;
y hoy arde en ella el fuego purificador de la
guerr'a; hoy es asolada por la peste; hoy el ham–
bre multiplica en ella las víctimas infaustas de
tan errado proceder; porque escrito está:
el que
( I) Psalmo 11, v. 3.