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los 1·eyes de la tieTTa, y se coligaron
á
una los
prín–
cipes contra el Señor
y
contra su Cristo
(1). La es–
pada, que defendía la independencia de la Igle–
sia en Roma, se envainó, para dejar libre paso
á
la que amenazaba la libertad del Sumo Pon-
· tífice, cabeza visible de la I glesia: dicen que hu–
bo pactos de amistad y auxilio bajo . de esta
condicion; Nos no lo sabemos con certeza; pero
lo que todos saben es que el primer desas–
tre de la Francia en la guerra áctual coin–
cicle con la salida del territorio Pontificio del
último de sus soldados ¡rara conincidencia!
Tiempo hace que los soberanos de la tierra
han querido r evisar los títulos de suprema–
cía de la I glesia; han puesto en t ela de j ui–
cio su derecho
á
imperar sobre las conciencias;
y,
á
la manera que Enrique VIII _ele Ingla–
terra, desgr·aciado tránsfuga de la milicia de
Cristo, han dicho: ccSi el Sumo Pontífice im–
)Jpera en las conciencias de mis súbditos, mi
)Jautoridad es irrisor ia; pues siempre se alza–
»rá delant e ele mí el muro formidable de la · .
))conciencia cristiana, que no se vence con má–
))quinas destructoras, porque se ha consolida–
)Jclo con la sangre vertida en tres siglos de mar–
)Jtirio.» Y, ya que no han echado francamente
por la senda del protestantismo, hanse ido por
la torcida senda del jansenismo
j
del galica–
nismo, que van á parar al cesarismo.
H~:m
di–
cho: cc apliquemos á la Iglesia la l ey de sospe–
)Jchosos; no demos curso
á
sus leyes, cual darlo
)Jde?ian
pr~ncipes
cristianos, que son sus hijos
)lpnmogemtos, y deben presta:rle apoyo externo
(1) P salmo 11 , v. 2.