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-- 19-

del mar; y el cautivo ri_ndió" pláci

damente s

u

alma

á

Dios, en la

Eter~na

Ciudad,

repitien.do,

como el Ungido por excelencia, Cristo, de quiefi.

recibió la potestad real:

Mas

yo

lze sido po1· El

.establecido

Rey

sob1·e Sion, monte santo

suyo, pa–

·ra promulgar su decreto

(1). El prisio'fiero de

Santa Elena podia decir tambien, inspirado

por su buen ángel:

Y

ahora, 1·eyes, entended:

entrad

en

cordura las .que juzgais la tierra

(2).

Aleccionados por este

y

otros ejemplos dél

propio linaje, no desmaya un punto nuestra

confianza en la restauracion, quizá próxima,

del dominio temporaf del Sumo Pontífice.

Creemos que pesar'á mas en los consejos de

Dios el interés general y permanente de aos–

cientos millones' de católicos, que el particular

y

transitorio de treinta millones de hombres,

_á quienes se intenta persuadir que sn engmn–

decimien to político exige la ruina de la potest?A

tem·poral de los Papas.-. Pretension absurda,

que la hístoria désmi ·nt e con elocuencia! AtrMí

injusticia, ·que la moral condena severamente-!

Erro'r político, que los acontecimientos de·

mo·strarán en breve, no lo permita Dios! cot'l

·el

testhnonio sangriento ele la allarquía y del

-retroceso al paganismo.

L a historia enseña que entre Italia

y

el Potl–

ficado no hay antagonismo, sino, por el con–

trario, · un vínculo est'recho y antiguo, qué és

peligroso destruir; como es de

gravé

peligro

perturbar la libre comunicacion de las arterias

co·n el cora.zon, centro del movimíento circu·

( 1) Psalmo 11.

v.

6.

( 2) Psalmo 11 , v.

10,