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del mar; y el cautivo ri_ndió" pláci
damente su
alma
á
Dios, en la
Eter~na
Ciudad,
repitien.do,como el Ungido por excelencia, Cristo, de quiefi.
recibió la potestad real:
Mas
yo
lze sido po1· El
.establecido
Rey
sob1·e Sion, monte santo
suyo, pa–
·ra promulgar su decreto
(1). El prisio'fiero de
Santa Elena podia decir tambien, inspirado
por su buen ángel:
Y
ahora, 1·eyes, entended:
entrad
en
cordura las .que juzgais la tierra
(2).
Aleccionados por este
y
otros ejemplos dél
propio linaje, no desmaya un punto nuestra
confianza en la restauracion, quizá próxima,
del dominio temporaf del Sumo Pontífice.
Creemos que pesar'á mas en los consejos de
Dios el interés general y permanente de aos–
cientos millones' de católicos, que el particular
y
transitorio de treinta millones de hombres,
_á quienes se intenta persuadir que sn engmn–
decimien to político exige la ruina de la potest?A
tem·poral de los Papas.-. Pretension absurda,
que la hístoria désmi ·nt e con elocuencia! AtrMí
injusticia, ·que la moral condena severamente-!
Erro'r político, que los acontecimientos de·
mo·strarán en breve, no lo permita Dios! cot'l
·el
testhnonio sangriento ele la allarquía y del
-retroceso al paganismo.
L a historia enseña que entre Italia
y
el Potl–
ficado no hay antagonismo, sino, por el con–
trario, · un vínculo est'recho y antiguo, qué és
peligroso destruir; como es de
gravé
peligro
perturbar la libre comunicacion de las arterias
co·n el cora.zon, centro del movimíento circu·
( 1) Psalmo 11.
v.
6.
( 2) Psalmo 11 , v.
10,