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-53-

que sin primado no sería el réjimen de la Iglesia cató li ca.

Tam poco es necesnrio, que e l primado tenga derecho d e

d ar leyes p ara que sea suprema autoridad, y tenga

la

jnris–

diccion correspo ndiente; como no lo es que n uestros P resi–

dentes tengan a utoridad d e dictar leyes, para ser y llamarse

cada- uno S upremo Gobierno, con las atribuciones conve–

n ie ntes al encargado de la ej ecucion de las leyes.

'27.

¿El P rimado tiene de,·eclto propio de ·recibi·r apelacio–

nes de todC!s las Iglesias?

N o en tendemos aq uí por apelacio n-el

,·ecu1·so

&quej a

que los sú bditos dirij en a l su perio1', para llamar al cu ln p li–

miento d e su deber á las autoridad es inferiores, sino e l trá –

mite ó nueva in stancia que franq uea n las leyes

á

los que

han recibido sentencia desfavorable. · Em pecemos obser–

vando, que si fu era derecho d el P rimado el de recib ir :<pe–

laciones, los Concilios en que se dictaron r eglas d e procedi–

miento para terminar los juicios,

debie1·on

haberse r eferido

á esta

prerogativa~,

cuand o se hubiese t ratado el e

~rela­

ciones; pues no eran dueños ele d esentend e rse de una pre –

l"Ogativa esencial, es decir, concedid a por

J.

C. al primado..

A l contrar io, si los concilios en tal caso no hici eron memoria

del R. Por.tífice, es u na gran prueba ele que

á

sus ojos no

e ra atributo esencia l del primad o

el

derecho de recibir ape–

laciones; sería injuriar

á

tan santos pastores, su p oner que

ignor aron una clispo_sicion de

J,

C. si en verdad la hubiese

habido. A bramos pues la historia, y r egistremos h echos

an á logos

a

nuestro propósito.

'28.

Recdn·esc la ltistorict de los cinco p rime1·os siglos.

l. Fel icísimo, presbítero de Car tago, fué excomulgado

por su Obispo; y d es pues de confi ní1ada la sentencia, se le

oyó en un nuevo Concil io, dond e por tercera y ú lti ma vez

fu é excomulgado. Recurrió con sus secuaces al Papa Cor–

nelio, q u ien los repelió, aunque trepidó luego, á causa de la

tenacidad con que procedían, ha sta amenazar al Pontífice.

Estrañaba su perpl ej i,Iacl e l Padre S . Cip riano, y le decia,

"que si los malvados conseguían po1· su temerid ad , lo que n o

l1abia n podido por justicia, S'e acabaría el vigor d el episco-