' ll
C on 'Semejante trnto no
podia
ménos
de dañarse el
cora>ton
(le los
s acerdotes,
ó
apegarse,
á
las cQsas cuyo desprendimiento predicabnn
á
los fi eles legos; y de r esultar mezcla ele lo sagrado y profano, pre–
sentándose en la Iglesia un espectáculo uesconoc
ido-Obispos, P•ín–
cipes feudatarios,
y
el P apa, mismo, el sucesor
<l.elpescador y após–
tol Pedro, gran feudatario del imperio, .
y
desp
nesSoberano, como
los de la tierra. Tamaña novedad debla llamar la atencion de
las Naciones;
y
sorprendida la Igle.sia, temblaba involuntari a–
rnente por las
consecL.lencias
q
u~
pudieran sobrevenir de tan ines–
perada situacion, nada perecida á los ejemplos
y
lecciones del
Salvador, cuya obra se daba por imperfecta, pues se
la
enmenda–
ba. Mas el interés,
q:..le
supo hacer,
ó
procurarse tales cambios,
in, ¡Jiró tambien la idea de justificarlos;
y
apareció el R ei-P on–
tírice como un designio de la Divina Providenci:1,
y
un pens"amien–
to feli
z, que daba inuependencia al S upremo Jefe de la Iglesia,
y
le faci
litaba.suadministracion; y el mal quedó empeorado por
el
escán
dalo de justificarlo.
P ero no fué una sola. la causa del mal, como es
le
no era. tam–
poco uno solo. Hubo un hombre, á quien los de la Curia llaman
1liadoso,
y que ha
he~ho
á
la I glesia mayores daños, que todos Jos
herejes
y
cismáticos; pues pretendió regenerarla
por
el empeño
de
encumbrar, como mas no se podia, la autoridad dol Romat)O Pontí–
fice; y la encumbró con
la,
impostura. Conocidas son las fal sas dc–
cretales de Isidoro el
pecador
ó
el
me>·cadeT,
que tuvo
l<t
astucia de
humillar
á
los obispos, protejiéndolos (siempre la proteccion ha cau–
sado males á la Iglesia) de entremezclar lo genuino y lo apócrifo,
lo verdadero y Jo falso, lo bueno
y
lo malo; y de sobrecojer
á
la
Iglesia desprevenida, en unq de l os siglos mas osc uros por su
ig~
norancia.
Todo fué
creido, toclo
fué
practicado; porque se supolli a,
que
lo mismo babia sucedido
en
los primeros sig los, segun
e} finji'-
do testimonio de Pontífices santos
y
martires.
-
Las falsas decretales produjeron toJo su efecto, y quizá. aun
ma.yor del
que intentó Isidoro. P orque formándose
En
los pastores,
y en los si mples fieles, el hábito de discnrrir y de obrar conforme
[\las nuevas reglas, lograron estas arraigarse de tal manera en los
á nimos, que el convencimiento posterior de ser apócrifas,
y
la
p.~,;o
pia confesion de los curialistas, no han podido trastornar esa creon–
cia,
á
sabiendas de ser falsa;
y
se han buscado otros fundamentos
sobre que hu,cerla descansar, aunque sean ruinosos . ¡Terrible ej em–
plo del gran poder de la Opinion, cuando acostumbrada por siglos
Á.
despotízar
á
los individuos
y
á
los pueblos, se halla capaz de re–
s istir, aunque precariamente,
á
la eviden cia
misri1a!
Tri unfó pues el pensamiento deljiei
piado~o;
y
sobrepuesto el
P apa.
tí
los Obispos en g rado mui superior
~-d en
que
estu,·ó
:--1,
Pe-