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V

:Y

c1estinauo

{,

serlo cumtJlidamente en

In

inmortalidad. Así prepn–

~:a

Dios sus caminos, para llegar

á

los altos fi nes que ha

intentado~

y

así logra· sns

tri~1nfos

la verdad, convenciendo á sus adoradores,

.de cuan racionales son,

y

cuan üti les para

ello~

mismo.s sus doc–

trinas.

Bastaba el poder de la verdad,

y

la conciencia que tenia.n los

.hombres de ser ella

y

poseerla , para que fuera menester otro apo–

y o,

ó

ese brazo de carne, de que hah1a la Escritura,

y

á que alud ie–

ron Jos Podres de la I glesia. P ero atemori zados los Obispos, sin

dudn. ménos por sí mismos que por el peligro que corrian los fi eles,

si se levn.ntáran de cuando en cuando

Cé~ares perseguir~ores,

cele–

braron

y

aplaudieron

y

agradecieron la proteccion de

Constanti no~

.que colocando la Religion cristiana entre las leyes tlel lmperio, qui·

taba pam siempre esos peligros,

y

daba

la

paz. Es tan dulce

y

li–

sonjera la palabra

pa~.

y

era tan sincero el interés de los Obispos

porque

cesára

el estado violento de la Iglesia, que· ia

pureza

de sus

intenciones

y

de sn celo no les

perm it~ó

por entónces advertir, que

en verdad quedaba cspuesta á mayores peligros.

Entre la persecucion

y

la

proteccion habia

un rneLlio

rac; ional

y

feliz

y

poderoso en resultados,

á

que

por sí mim1a habría llegado

]a Ig1e.:: ia en

fuer.za

de los

aconte.cin1ientos,

y

en

virtud de

su

l1~do·

]e,

adqui riendo

una

posicien

silenciosa

é independi ente,

qne

es

la

mejor

y

mas'

robusta

garantia. qu_e puede ofrecerse á la coMcicncia.

El favor de los Césares halagaba

á

los cristianos, al verse ellos

á

liL

sombro. del poder,

y

á

sus

antagonistas

humillados,

d.ébiles

é

inca–

paces de

dañ,arlos

ma.s; pero ese favor llevaba

consiga

una mala se·

n1il la, cnyos amargos frutos se pGrcibirian con el tiempo, pud iendo

s~r

tan funes.tos

y

trascendentales, que hahrian desnaturalizado

]a.

institucion cristiana,

si

el cspiritu de

.J

csucrjsto no se ha.llára pre–

sente para

conservar

su obra

y

preservarl a.

P ero

el

nuevo principio no cesaba de influi r,

y

por algunas

ventajas que se ponderaban, no se reparaba en los inconvenientes

g ravísimos que pr.oducia, S i los propios Pastores aplaudían

y

aun

invocaban la proteccion

contra.

sus adversarios; ¿qué razon ni lógi–

ca podian tener, cuando otros Prlncipos protejienm

á

estos contra.

aquel los? Por otra parte, ¿quién

conter~rlria

á

los protectores,

y

?os

pondria en la raya que no

rlebian

pasar? Por eso, la Historia ha

hecho s:1ber á

la

posteridad, qne "desde qne los Emperadores se

declararvn

protectores

de los cristianos,

dependieron

de ellos las co·

sas eclesiásticas; que Príncipes católicos persiguieron

:i

los arria–

nos,

y

Príncipes arrianos

á

los fieles católicos; que los Pastores se

hicieron partidarios,

y

olvidando el

su~l\·e

y

dulce espíritu de la to–

lerancia cristiana, se arrnaron en guerra, valiéndose de ]as palabras

.como <le armas,

y

de lanzas; Obispos atacarun

á

Obispos,

y

crecie·