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:Y
c1estinauo
{,
serlo cumtJlidamente en
In
inmortalidad. Así prepn–
~:a
Dios sus caminos, para llegar
á
los altos fi nes que ha
intentado~
y
así logra· sns
tri~1nfos
la verdad, convenciendo á sus adoradores,
.de cuan racionales son,
y
cuan üti les para
ello~
mismo.s sus doc–
trinas.
Bastaba el poder de la verdad,
y
la conciencia que tenia.n los
.hombres de ser ella
y
poseerla , para que fuera menester otro apo–
y o,
ó
ese brazo de carne, de que hah1a la Escritura,
y
á que alud ie–
ron Jos Podres de la I glesia. P ero atemori zados los Obispos, sin
dudn. ménos por sí mismos que por el peligro que corrian los fi eles,
si se levn.ntáran de cuando en cuando
Cé~ares perseguir~ores,
cele–
braron
y
aplaudieron
y
agradecieron la proteccion de
Constanti no~
.que colocando la Religion cristiana entre las leyes tlel lmperio, qui·
taba pam siempre esos peligros,
y
daba
la
paz. Es tan dulce
y
li–
sonjera la palabra
pa~.
y
era tan sincero el interés de los Obispos
porque
cesára
el estado violento de la Iglesia, que· ia
pureza
de sus
intenciones
y
de sn celo no les
perm it~ó
por entónces advertir, que
en verdad quedaba cspuesta á mayores peligros.
Entre la persecucion
y
la
proteccion habia
un rneLlio
rac; ional
y
feliz
y
poderoso en resultados,
á
que
por sí mim1a habría llegado
]a Ig1e.:: ia en
fuer.zade los
aconte.cin1ientos,
y
en
virtud de
su
l1~do·
]e,
adqui riendo
una
posicien
silenciosa
é independi ente,
qne
es
la
mejor
y
mas'
robusta
garantia. qu_e puede ofrecerse á la coMcicncia.
El favor de los Césares halagaba
á
los cristianos, al verse ellos
á
liL
sombro. del poder,
y
á
sus
antagonistas
humillados,
d.ébiles
é
inca–
paces de
dañ,arlos
ma.s; pero ese favor llevaba
consiga
una mala se·
n1il la, cnyos amargos frutos se pGrcibirian con el tiempo, pud iendo
s~r
tan funes.tos
y
trascendentales, que hahrian desnaturalizado
]a.
institucion cristiana,
si
el cspiritu de
.J
csucrjsto no se ha.llára pre–
sente para
conservar
su obra
y
preservarl a.
P ero
el
nuevo principio no cesaba de influi r,
y
por algunas
ventajas que se ponderaban, no se reparaba en los inconvenientes
g ravísimos que pr.oducia, S i los propios Pastores aplaudían
y
aun
invocaban la proteccion
contra.
sus adversarios; ¿qué razon ni lógi–
ca podian tener, cuando otros Prlncipos protejienm
á
estos contra.
aquel los? Por otra parte, ¿quién
conter~rlria
á
los protectores,
y
?os
pondria en la raya que no
rlebian
pasar? Por eso, la Historia ha
hecho s:1ber á
la
posteridad, qne "desde qne los Emperadores se
declararvn
protectores
de los cristianos,
dependieron
de ellos las co·
sas eclesiásticas; que Príncipes católicos persiguieron
:i
los arria–
nos,
y
Príncipes arrianos
á
los fieles católicos; que los Pastores se
hicieron partidarios,
y
olvidando el
su~l\·e
y
dulce espíritu de la to–
lerancia cristiana, se arrnaron en guerra, valiéndose de ]as palabras
.como <le armas,
y
de lanzas; Obispos atacarun
á
Obispos,
y
crecie·