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H

P reludianclo

hahláhcúnos

así,

p~ll'a

acometer la empresa de

llacer guerra

á

un cnorrne monstruo,

á

un grande

y

multifOrme

error, que se dis.tingu·e entre todos los ej emplos,

y

es sin duda eL

primero que puede dar idea de la ornnijJÓtencia d'c la Opinion,

y

de los incalcul ables daños que causan los errores que se han ar–

Taigado en la

con.c ieAcia.

Un poder que sin tltulos, se .atreve

á

tomar la palabra -en el nombre de Dios;

qu~

al lado de la verdad'

predica mentiras; que tiene por principal objeto la dicha suyH,

y

no la di cha de los puebl os; que procura la ignorancia de estos, y

ama las tinieblas,

y

aborrece la luz; qu·e condena el exámen, hu–

milla

á

la razon,

y

trata de

c@nv~ncer

con el terror; semejante po–

der es enemigo de Dios y de los hom bres, y él mismo se ha puesto·

en estado de guerra con el género humanm

Y

sin

embnrgo, ¡él ha permanecido largos siglos,

y

permane–

ce todavía! Existe, porque no es conocido; porque hace empcílo·

de confundirse con la obra de J esucristo; y porque con arte ha lo–

grado distraer la atencion,

y

preocupada en favor propi o, deso–

p inando

á

sus adversarios, arrebatando sus escritos,

y

entregándo–

los al fuego de la condenacion.

¡

I:J

nos pocos se arrogan el dere–

<:,ho de pensar por todos!

¡Y

re putan por crimen, y por injuria

el

que los demas hombres quieran pensar! N o; nadie tiene derec ho

de privarnos del don de Dios. Es necesario conocer bi en

á

la Cu–

ria Romana,

y

distinguirla Ulen de la institucion de Jesucristo: es–

ta es causa comun del género f1umano.

Tal ha sido el objeto de

nues~ras

disertacionru;, donde hemos

pmcurado anali zar

y

ref[rtar ]as pretensiones de la Curia, despues

de haberlas documentado, para que no se creyera que la calum–

niabamos: tan monstruosas eran. Echemos ahora una rápida ojea –

da

á

nuestra larga tarea, para dar

á

conocer

á

un gol•pe de -vista,

cuan injustas y absurdas y odiosas son tales pretensiones; y cuan

impudente y criminal la Curia, al querer confundirse con la Igle –

sia

Cristiana.

E mpecemos hablando en el lenguaje de la Escritura-"Cuan–

do un tranquilo silencio ocupaba todas las cosas;

y

la noche si–

guiendo su curso, se hallaba en la mitad de su carrera, la omnipo –

tenle palabra del Señor se presentó en medio de la tierra, que es–

taba condenada al esterminio" Esta palabra no éra un decreto de

muerte,.como lo habia sido en otro tiempo, sino palabra de salud,

decreto de v.ida, el Verbo hecho hombre para salvar

á

Jos hombres,

y

llamarlos sus hermanos. Era el deseado de las g.entes, la espe–

ranza de los pueblos, la promesa de Dios, que no abandona

á

b s

naciones, ni consiente que por siempre sean--:--presa de los Ühpos

~

lores y de los tiranos.

Jesus, el H ijo de Dios, empezó :;u ¡)1ision; c1espue:; c1e ha.berse