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-339-

l er en los matrimonios de los prínc ipes,

y

d ejemo; á

la

Cu –

r ia cuantos casos quiera, en recomendacion del influj o d e

los papas en esta materia; pero pondremos

á

la considera–

cion de nuestros lectores los sucesos siguientes.

D.

Alon–

so, rei de Leou, se ha llaba casado con Da. Teresa, hija del

rei de Portuga l,

y

tenian ya tres hijos: el Papa Celes tino

lH

les mand ó que se se parasen por ser parientes, y obedecie–

ron.

D.

A lonso se casó con Da. Berenguela, hija del rei

de Castilla, cuyo matrimonio se mira ba corno el sello de la

conco rdia en tre los reyes, y que segun las palabras de 1\fa–

riana, " henchia los án imos d e esperanza y alegria, por la

alianza entre príncipes comarcanos." ' Pero el Papa Ino–

cencia

III

les intimó separacion, por causa d e parent<!sco

e n tercer grado con segund o.

Los dos esposos se amaban

·tiernamente, tenian hij os, y en caso d e separacion, h a bia

q ue ,res tituir las ciud a des y fortal ezas, que· llevára en dote

la princesa cas tellana. - E l Cardenal L egado repetia sus

conminaciones; puso en entreclich.o el reino de Leon;

y

eJ.

Papa excomulgó por fin a l príncipe, quien tuvo que sepa–

rarse de su esposa.

¿Consultaba lnoccncio

y

conservaba

la

san tid ad d el matrimonio, al mand ar la separacion de estos

esposos?

Y

si é l creia perten ecerle la dispensa de los im–

pedimentos, ¿no estaba en su man o conced erla en este caso,

á favor de la p az y la concord ia?

Choca mas este procedi –

miento, cua ndo segun la observacion de C ristiano Lupa ,

fué Inocencia

TII

quien despues de A lej andro

III,

ensanchó

el cami!fo de las dispe nsas

p 1·evias

a l ma trimonio.

L uis X II, rei d e Fra nci a, habia vivido veinte años con

su esposa Juana d e Valois, y d esea ndo casarse con la viuda

de Carlos

VIII,

a legó que su matrimonio con Juana fué

ob1·a de la fu erza, y que no pasó de ra to.

E l Papa Alej an–

dro V I nombró tres comisionados, que d espues de un exá–

men jurídico, pronun ciaron sentencia de divo rcio;

y

desde

-enlónces, el Ca n.!enal Cesar Borja d ej ó el capelo, para ser

llamado en adelante el duque (le Va lentinoi s en Francia.

B as te n estos ej emplos.

Ta n

lejos estaba d e que la intervencion de los papas

co nservase siempre la sa ntidad de l matrimonio, y reprimie–

se la

in continencia de los soberanos, que ¡nas bien daba

márj en á los d esó rd enes en otras ocasiones, sobre lo cual

rPpetircmos lo di cho en otra parte-"es tos grados prohibi-