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-344~

bastante á termin ar las discordias, ni

á

someter á los pl'Ín'-.

cipes al juicio del Papa, sino que por el contrario, aun:eu–

taba la s querellas, daba má1jen

á

cismas, perturbaba las

naciones, y creaba escándalos; podemos ya contar co n las

lecciones de la csperiencia,. para contradecir la institucion

que reconocía al Papa en la edad media por árbitro en las

contiendas de los soberan os. .

18.

¿Seria conveniente en nuest,-o siglo?

Las refle'xiones anteriores se hacen mas creíbles, y au–

mentan imponderablem(jnte su .valor en el siglo X IX. Todo ·

lo que podia ser favorabl é á la Curia en otros siglos, ha

dejado de serlo en los posteriores, tanto de parte de e lla,

como de los gobiernos: de suerte que ha sido doble su p ér–

dida, y en consecuencia ma s fuerte el argumento contra el

proyecto que impugnamos. Los gobernantes no tiemblan ya

e n la presencia ó al oir la voz del Romano Pontífice; y los

q.ue

soljcitan su .cooperacion, no proceden en conciencia

smo por especulaciou, prontos

á

variar de conducta c-uando

variase el interes. Hablemos fra ncament":: la palabra

Papa,

á cuya sombra ha medrado tanto la Curia ·Romana, no es

de aquellos nombres que se invocan en nuestro siglo, ni con

el cual se cuenta en las reformas y mejoras de la política.

E l siglo lleva camino diverso, contrario al ele la C uria: ¿po–

drá invocarse para la terminacion de las co ntiendas entre

los gobiernos,

á

quien queda a trás y lleva otro rumbo? S i

los curialistas miran mal esta tend encia, y la califican de

desórden , no será por cier to el Papa quien lo haga desapa –

¡·eeer, ni ponga remedio en sus pronunciamientos

ex

cathe –

dra.

Hai ademas en nuestro siglo una circHnstancia, un

nombre antes meno;,preciaclo, y que ahora se invoca y

tiene g1:an sentido, y es el nombre de

los pueblos:

y los pue –

bló.; no llaman al Papa á dit·imir las competencias de sus

gobiernos, y no pocas veces murmuraría n y reprobarían sus

sentencias en la tribun a de la imprenta que es el ó rgano del

pueblo.

Fuera de esto, ¿quié11 podría calcu·lar íos inconvenientes

que descubriría el tiempo en lá judicatura de ese á rbitro

supremo, que puesto en esfera superior

a

los reyes por la

voluntad de ellos mismos, comenzára

á

introducirse en sus