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y
si esto wcedia en el siglo 9.
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puede ya infe•·irse, c ua–
les serian los adelantamientos que habria hecho la C uriá
romana en los dos siguientes, poniendo cuanto d ijera é hi –
cim·a en ·manos del Cardenal H ildebrando, para que con–
vertid o en G•·egorio V II diera va lor
ii
las pretensiones, co–
mo ninguno hasta entonces. H umillado y destrcmado un
Emperador, ¡que no sería permi tido decir en justificaeiot1
del h echo' Y el propio que d estronára, hacia la
j ~:~stifica
cion.
P\'!rO G regario VII no habría emprendid o ta nto, si
el pecador I sidoro no le hubiera ab ierto camino con las fal–
sas d ecre tales.
13.
¿El i1¡flujo y poder de los Papas sobre los sobemnos
cont·ribuyeron al manten:imiento de la Religion?
Los de la Curia dicen, qu e el pod er que ej ercie ron los
Papas sobre los soberanos, contribuyo al sostenimiento d e
la R e ligion, en el asunto de las inve!¡tiduras; pues "de na–
da menos se trataba, que el e la li bertad esencial á la Iglesia
en la eleccion de sus ministros, y de la relig ion entera, cuya
suerte dependia principalmente de esa e leccion. Los papas
salvaron la rel igion, que infali blemente hubieran dejado per–
der, si hubiesen sido dóciles en .pun to tan esencial."
Para contestar á este reparo, no tenemos mas que apro–
vecharn os de lo espu esto al caso en la D iser tacion, en que
t ra tamos de la eleccion de los obispos.
Se entend ia por
investidm·a
"el consentimiento que daba el P rínci pe á la
eleccion hecha pa ra un obispado ó abadia, y la concesion
q ue é l mismo dispensaba con algun rito solemne d e los bie–
nes temporales que poseian las iglesias."
¿Habia algo de
religioso, algo d e esencia l á la libertad de la I glesia en esta
concesion, y en aquel consentimiento? D esórd enes hubo
en las elecciones y pominaciones de los obispos, al interve–
nir los empera,Lores, como habia desórdenes, no intervi–
niendo ellos, sino los obispos y los papas; pero los abusos
no dcstruian el derecho, ni en los papas ni en los obispos
ni· en los enipcrad ores, aun permitiendo, que es tos lo tu –
viesen por a uto ri zacion de la I glesia.
Ej emplos hubo, en
que los propios obispos ag uardaban la llegada d el Empe–
¡·ador, para q ue su presencia impidiera el desórden d e la
eleccion, con que amenazaba la d iscord ia el e los eclesiá sti-–
cos pretendiente:¡ y de sus partidarios.
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