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les de Jesucristo y no de Pedro,' debían los obispos recibir–
las igualmente de Jesucristo y no del Papa, como pretendí«
Belarmino, cuya ase rcion nos propusimos impugnar. Pero
si hai un sentido en que puede decirse, como lo hemos ma–
nifestado, que los obispos reciben !inmecl iatamel)te deJe–
sucristo su autoridad, no ha lugar al argumento. Los que
noten diferencia entre los apóstoles y los obispos, tengan á
la
vi~ta
la índole de los negocios humanos; pues no ha de
ajustarse tan exactamente
á
unas mi smas reglas la Iglesia
que se iba form«ndo, y esta misma ya formada.
-Creó Dios
al hombre y la mujer, para que se propagara la especie; y
no obstante, los primeros hombres no aparecieron así.
:Mas
cualquiera que pudiese ser la diferencia entre los apóstoles y .
los obispos en algun aspecto, considerado el plan de Jesu–
cristo era el cpnjunto, era la Iglesia su divino pensamiento,
á
que los detalles estaban subordinados; y cuando. aparez–
can los pastores, no será en descrédito de esa idéa sublime,
sino para su realizac¡'bn y cumplimiento.
14.
Consta la autoridad de la l{(lesia, desde ante•· que se
escribieran los Evangelios.
Jesucristo predicó una doctrina, cuyo divino oríjen pro–
baba, no por su simple 'palabra, sino por la manifestacion de
las obras, que no podían proceder sino de Dios-"Si yo die–
se testimonio de mí mismo, mi testimonio no sería vet:dad&-
1'0:
las obras que yo hago, dan testimonio de mí." Con este
primer paso en recomendacion ele la doctrina pt·edicada por
el Salvador, era fácil probar la autoridad de la Iglesia, cuya
existencia y autoridad pertenecían á los artículos de su en–
señanza.
Pero Jesucristo no predicaba en oculto sino á la
faz pública, y hasta sus enemigos le escuchaban para mur–
murarle. Asi pues, en público echaba los fundamentos de
su Iglesia, y hablaba de las facultad es y prerogativas que le
concedía, sin que nada quedase entonces por escrito acerca
de ellas.
San ]\_ateo, que fué el primero de los autores ins–
pirados, tomó la pluma para escribir su evangelio años des–
pues ele la asencion del Salvador; y San Juan, el último de
todos, escribió el suyo
á
fines del siglo 1.
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El citado Abulense decia así-"no se prueba la autoridad
<le la Iglesia por los libros sngrados, sino a.[ contrario; y en-