-
··2-
elíca
Qucmla cw·a,
nunca podría decirse que al publí–
carla se ha desconocido las regalías de la
acion. El
Señor Secretari(} del Culto ha confesado repetidas ve–
ces que verbalmente dió á nombre del Jefe Supremo
b
aquiescencin. para el J ubileo, y una vez empeñada de es–
te modo la palabra del Gobiemo, no es lí:cito retroceder.
Si entonces se crey6 que este asunto no debía tratarse
de palabra sino por escrito, se debió exigir esta formali–
dad antes de la resolncion: se me debió decir que yo fal–
taba á las formas, y que era necesario que
m~
sometiese
á ellas. De lo contrario, el silencio importaba la tácita
aprobacion de mi modo de proceder, y la renuncia de
esas formas; y no podía por tanto fundarse despues un
argumento en la omision del mismo Gobierno. Si es
cierto, como lo dice el Señor ecretario, que procedió sin
pleno conocimiento de causa, tambien es culpa suya y
no mía, el que 'no hubiera pedido los datos correspon–
dientes para dar una resolucion acertada. Así es que de
cualquiera modo que se mire este hecho·, siempre se de–
ducirán de él conclusiones adversas al Gobierno
y
favo–
rables á mí.
Y aunque el Gobierno hubiera exigido entonces la
presentacion de
h
Encíclica, no me hubiera sido posi–
ble presentarla, ni acompañar á ella la carta de Su San–
t idad. No habría hecho lo primero, porque estaba per–
suadido de que el primitivo
exequatu1·
es válido; no lo
segundo, porque la carta no es documento de la Canci–
llería apostólica.
De manera que si por una débil condescendencia hu–
biera aceptado yo todas las conclusiones del Gobierno,
habría sido menester ocurrir á Su Santidad, y manifes–
tarle que padeció equivocaciou dirigiendome carta en
vez de Letras apostólicas;
y
que enmendase para este
easo el procedimiento que, como he dicho en otra parte,