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cabo si estuviésemos en presencia de una ley de opre,
sion y de externünio contra los creyentes.
La poca consistencia de las ideas del orador ultra
católico resalta n1as, si se tiene presente que en
otro
lugar del mismo discurso afirmó que por
n1edio de la enseñanza
laica se trataba de ase–
gurar el in1perio ele las doctrinas perversoras del
positivis1no que aplicadas
á
la política, se traducen
lógicamente en la
idolatría
del Estado. La ídola·
tria~
cotno se sabe, es la adoracion
tributada
á
las falsas divinidades; el idólatra ad1nite la existen–
cia de seres superiores al órden natural,
y
solamente
tiene de ellos una nocion falsa y absurda, pero ad–
lnite,
á
su modo, la existencia de Dios. El ateo lo
niega por completo; no admite, ni al verdadero ni
á
los falsos dioses; solo cree en el órden finito, natural
contingente, como bastándose
á
sí mismo para rea·
lizar el órden en todos los ramos, en todas las esferas
de la actividacl. No se puede ser,
á
la vez, idólatra
y ateo; son dos ideas que pugnan, que se excluyen,
que se destruyen 1nútuamente: su existencia simul..
tánea seria la realidad de la contradiccion, el si y el
no coexistiendo, es decir el absurdo.
Para llegar
á
este resultado; para deducir que
una misma ley está basada en principios con tra·
dictorios
ó
tiene una doble significacion imposible,
es indispensable que los argtunentos formulados
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