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421-

recer el horizonte en que se desenvuelven los desti–

nos de la República; que inocule ella n1isrna, en

su propio organismo, el veneno llamado

á

corroer

sus entrañas; que se suicide en una palabra.

Exigir que el Estado

obligue

á

los 1naestros

y

profesores

á

inculcar en la jnventncl el horror

á

la

libertad de

conciencia~

á

la libertad ele

la prensa,

á

la abolicion del fuero eclesiástico,

á

las regalías

del patronato nacional; equivale tanto como pedirle

que decrete la

obligacion

ele ensetlar la superioridad

ele la n1onarquia sobre la repúblicn, que las leyes

del congTeso no son obligatorias, que

la nacion

argentina no tuvo derecho de independizarse c1e la

España. En uno y otro caso se atacan los fun–

dainentos de

la~

ir¡stituciones vigentes; en an1bos

se trata de ren1ontar la corriente saludable y bien–

hechora que ha empujado la barca en la cual na·

vegan los destinos de la nacion argentina, al puerto

de Lonanza en que hoy se halla, descansando de las

fatigas de

su~

prüneras y gloriosas jornadas, para

reponerse

y

emprender rumbo á n1ejores

y

n1as lu–

n1inosas regiones.

El Estado puede, cuando n1as, dejar que las

·· doctrinas contrarias

á

sus propias instituciones se

propaguen al amparo de las n1ismas libertades qne

los ultra-católicos preten<len proscribir; pero nunca

debe encabezar y dirigir la conjuracion de los que

á

grito herido piden Ja esclavitud de

la

enseñanza