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recer el horizonte en que se desenvuelven los desti–
nos de la República; que inocule ella n1isrna, en
su propio organismo, el veneno llamado
á
corroer
sus entrañas; que se suicide en una palabra.
Exigir que el Estado
obligue
á
los 1naestros
y
profesores
á
inculcar en la jnventncl el horror
á
la
libertad de
conciencia~
á
la libertad ele
la prensa,
á
la abolicion del fuero eclesiástico,
á
las regalías
del patronato nacional; equivale tanto como pedirle
que decrete la
obligacion
ele ensetlar la superioridad
ele la n1onarquia sobre la repúblicn, que las leyes
del congTeso no son obligatorias, que
la nacion
argentina no tuvo derecho de independizarse c1e la
España. En uno y otro caso se atacan los fun–
dainentos de
la~
ir¡stituciones vigentes; en an1bos
se trata de ren1ontar la corriente saludable y bien–
hechora que ha empujado la barca en la cual na·
vegan los destinos de la nacion argentina, al puerto
de Lonanza en que hoy se halla, descansando de las
fatigas de
su~
prüneras y gloriosas jornadas, para
reponerse
y
emprender rumbo á n1ejores
y
n1as lu–
n1inosas regiones.
El Estado puede, cuando n1as, dejar que las
·· doctrinas contrarias
á
sus propias instituciones se
propaguen al amparo de las n1ismas libertades qne
los ultra-católicos preten<len proscribir; pero nunca
debe encabezar y dirigir la conjuracion de los que
á
grito herido piden Ja esclavitud de
la
enseñanza