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Si hoy dominase otro espíritu , la alianza de varias na–
ciones cristianas con Turquía, efectuada en la mitad de
este siglo, diera por resultado la liberación de aquella
santa reliquia,
y
no el sangriento é inútil asalto de Se–
bastopol. Si hoy conservase el Sumo Pontífice la liber–
tad de acción
y
el respeto á que es acreedor, la alianza
no se hiciera con Turquía sino contra ella; ni contra Ru–
sia sino con ella;
y
el siglo XIX registraría en sus ana-–
les otra batalla de Lepanto, gloria de la cristiandad, hon–
ra de don Juan ele Austria
y
refulgente timbre del ilus–
tre San Pío
V,
quien, reuniendo sus fuerzas navales con
las de España
y
Venecia, logró poner á raya la insolen–
cia del infiel
y
salvar
á
Europa de sus continuas asechan–
zas.
No debe poco, señores, la cultura del mundo á la no–
ble empresa de las Cruzadas; ni estas fueran, sin que los
Papas alentasen los ánimos, juntasen reyes, bendijesen
la empresa y la sostuviesen con la más rica parte de su
tesoro.
Aunque esta acción de los Po::1tífices en las socie–
dades cristianas no sea el ministerio directamente en–
comendado á ellos por
. S. Jesucristo, no obstante, hay
que advertir que, sin esa acción moderadora que han ejer–
cido siempre con más ó menos provecho de las socieda–
des, éstas habrían avanzado poco, porque las monarquías
se gastan y las repúblicas se desmoronan, Y sucede to–
do lo contrario en el régimen pontificio: está constituido
admirablemente, con todos los elementos que actúan
aislados en las monarquías
y
repúblicas. E l Papa es un
monarca absoluto, por la creación del Hijo ele Dios; tie–
ne el encargo de apacentar las ovejas y los corderos del
rebaño de Jesucristo, esto es, á los Obispos y á los sim–
ples fieles; está, pues, sobre todos ellos; y no obstante el
encargo especial de confirmar en la fe á sus hermanos en
el episcopado, los reune en concilio
y
escucha de su bo–
ca las tradiciones de sus respectivas iglesias
y
las opinio–
nes diversas, que le sirven para contrastar sus juicios: en
esto aseméjase á un monarca constitucional. Sírvenle de
consejeros los Cardenales de la Santa Iglesia Romana,
que gozan del fuero de príncipes, y que representan la
nobleza de la sangre, de la virtud
y
del saber; de suerte
que hay en ese gobierno algo de aristocrático. Por últi-