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hr1n sido constituidos por el divino fundador de la Ig le–
sia como custodios del sagrado depósito de la trad1ción
divinr1 y de las santas escrituras, y por ende maestros in–
falibles de la doctrina de la Ig le3ia Univers;¡J y regula–
dores de las costumbres, por la moral que brota de esa
doctrina y la di'3ciplina universal que la traduce en leyes;
sino que, un a vez formada la sociedad cristiana, que es
una familia de la cual son padres inmortales esos Pontí–
fices, es forzoso atribuirles una misión indirecta
y
natu–
ral. como la que ejercen los padres sobre los hijos de ma–
yor edad, dispensándoles consejo y dirección. L as nacio–
nes cristianas son, en cuanto á lo temporal, hijos eman–
cipados de esa autoridad, que contempla, en cuanto á lo
espiritual, á tod os los hombres como hijos de menor edad,
bajo de necesaria tutela, para instruirlos, moraliza rlos y
sa lvarlos de mortales peligros. Este poder es directo.
En cuanto al indirecto ó moderador. c0mo lo llamé ha–
ce poco, se encam ina por su naturaleza á ejercer suave
presión sohre las naciones dóciles á su dirección y con–
sejo; á da r el tono á la política cristiana, señalándole,
desde las altu ras de la cátedra de Pedro, rumbos que no
la aparten de las enseñanzas divinas; á traducir en la
práctica, cuanto es dable en el estrecho fin temporal de
las naciones, el espíritu, no sólo de justicia, sin
la cual
se hunden los pueblos, sino de ca ridad , que estrecha sus
lazos y evita graves trastornos dentro de un mismo pue–
blo, ó en sus relaciones con los demás.
Este poder lo ejercieron los Papas desde los comien–
zos de la Iglesia. Como señores de Roma, la salvaron
de la ruina consiguiente al abandono que de ella hicieron
los Emperadores, al constituir su residencia en la anti–
gua Bizancio. Mucha parte les cupo también en la di–
rección política de los asuntos de la Península , y obtu–
vieron en más de una ocasión el pacífico triunfo de la re–
conciliación de pueblos hermanos, que se hacían cruda
guerra. Suj etaron los impulsos de la barbarie de los se–
ñores feud ales, ora haciéndoles estimar al siervo, á quien
sentaron á la misma mesa eucarística que al señor, ora
haciendo depon er, en señalados tiempos, bajo el simpá–
tico nombre de "Tregua de Dios", las armas homicidas,
que no podían arrancar de sus manos, porque aún no se
había constituido la monarquía con el necesario vigor