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sis. Diré en conclusión: el cristianismo propagado por
los Papas tenía quince siglos de existencia
y
de triunfos
sobre el paganismo
y
la barbarie, cuando Dios permitió
que naciera la herejía de Lutero, cuya propaganda de
cristianismo mutilado sólo se ha hecho activa un siglo
hace, mucho después de la creación pontificia de la Con–
gregación de Propaganda. Ha llegado tarde, para eclip–
sar la obra de celo de los Po:1tífices. para distribuir biblias
mutiladas y contar adeptos, simplemente por el número
de los salvajes que reciben ejemplares de un libro que
no entienden, y cuyas hojas destinan de ordinario á ajus–
tar la carga de sus armas de caza ó de guerra; sobre que
les sirve de poca edificación el proveerse por buen dine–
ro de mercaderías en la tienda del pastor.
Os hablaré de cosas de mayor importancia.
Junto con la corrupción ele costumbres que invadió la
· sociedad cristiana ele Europa, porque la corrupción si–
gue á la cultura como la sombra á la luz, permitió el Se–
ñor que Europa fuese invadida por los bárbaros del or–
te. El caballo de Atila, cuyas pisadas esterelizab;¡n la tie–
rra, tuvo que retroceder
á
la presencia del Pontífice León
que, con autoridad divina, detuvo al ginete y le hizo vol–
ver grupas, aterrado por la majestad de su mirada y la
fuerza de su palabra.
Antes habían salvado los sucesores de Pedro la ciu–
dad de Roma
y
sus contornos de la eminente disolución
que les amenazaba, por el abandono incalificable que hi–
cieran de ella los Emperadores de Occidente fijan do, de
hecho su residencia en la antigua Bizancio.
Y después el gran Pontífice . Gregorio
·vn,
luchan–
do con apostólica energía contra las ambiciones de En–
rique IV de Alemania, hirió de muerte la usurpación de
poder, tan hostil á la verdadera cultura,
y
la apostrofó
con sublime elocuencia, al escribir el mismo Gregorio,
este epitafio, en la improvisada y extrai1a tumba á que le
condenó su noble actitud: "amé la justicia, aborrecí la
iniquidad, por eso muero en el destierro." Así protesta
el derecho, señores, contra las violencias de la fuerza.
Así se esparce en el mundo atónito, una semilla bendita,
fecundada con lágrimas, que llega á crecer como el ár–
bol misterioso del Evangelio, en cuyas ramas posan las
aves del cielo.