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quía. E ra necesari o un pretexto ante la Iglesia, ya que
en lo doméstico imperaba su voluntad 0mnímoda. La
curia de París (es preciso decirlo, porq ue la Historia ha–
ce mayor mal callando que diciendo la verdad). se incli–
nó ante el querer del César y rebuscó el pretPxto canó–
nico de la lJDión meramente civil. 6 no a utorizada por
el propio párroco, quizás porque quiso ó le convino ig-–
norar el acto sacramental legítima mente autorizado por
el Cardenal Fcsch, á quien Pío V II , párroco un iversal,
no pudo menos que da r la. jurisdi cción suficiente para
solemnizar aquel matrimonio. E l Pontífice gem ía ya en
las cárceles, preparadas por la solicitud de su temihle
ahi jado de consagración. Una buena parte del colegio
cardenalicio hallábase confinada en F ran cia, á ley de cau–
tela. Y el gra n Napoleón I no pudo obtener que esos
consejeros del Pontífice solemni zasen con su presencia
la ilegítima unión contraída con María Luisa de Austria.
Caro les costó: perdieron el uso ele las insignias carde–
nalicias, en su amplia prisión de París: mas conservaron
el puro esplendor de la conciencia y la blancu ra de la
túnica del que sellaba sus decretos con el a nillo del pes–
cador. El hijo úni co de esta unión ilegítima . fa lleció á
los diez y ocho años, refug iado en Austria
y
abrumado
por el peso de su
z"lztstre
nacimiento y de su a lto desti no
de Rey de Roma.
Los Pontífices. que resistieron á las pasiones de En–
riq ue V III y de Napoleón I, han merecido bien de la
· cultura cristiana, señores. Han salvado la institución del
matrimonio
y
por ende á la familia
y
á la sociedad de la
disolución que les amenazaba. Agregaré que, con voz
profética, han dado también el a lerta á estas jóvenes na–
ciones, tan fáci les para dejarse arrastrar por el mal ejem–
plo
y
olvid ar á su influjo, que el matrimonio cristiano,
indisoluble, santo por sus fines
y
santificado por las ben–
diciones de la Iglesia, es el fundamento sólido de la so–
ciedad actual
y
de la sociedad de lo porvenir;
y
que los
S umos Pontífices, atalayas de la ciudadela sagrada, son
los que mejor advierten el peligro que amenazaba á la
familia
y
á la sociedad, y los únicos que pueden poner
firme baluarte contra las invasiones del espíritu del mal.
Hay un aspecto, señores. bajo del cual conviene estu-
diar la m isión de Jos Sumos Pontífices.
o solamente