Previous Page  228 / 376 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 228 / 376 Next Page
Page Background

-212-

quía. E ra necesari o un pretexto ante la Iglesia, ya que

en lo doméstico imperaba su voluntad 0mnímoda. La

curia de París (es preciso decirlo, porq ue la Historia ha–

ce mayor mal callando que diciendo la verdad). se incli–

nó ante el querer del César y rebuscó el pretPxto canó–

nico de la lJDión meramente civil. 6 no a utorizada por

el propio párroco, quizás porque quiso ó le convino ig-–

norar el acto sacramental legítima mente autorizado por

el Cardenal Fcsch, á quien Pío V II , párroco un iversal,

no pudo menos que da r la. jurisdi cción suficiente para

solemnizar aquel matrimonio. E l Pontífice gem ía ya en

las cárceles, preparadas por la solicitud de su temihle

ahi jado de consagración. Una buena parte del colegio

cardenalicio hallábase confinada en F ran cia, á ley de cau–

tela. Y el gra n Napoleón I no pudo obtener que esos

consejeros del Pontífice solemni zasen con su presencia

la ilegítima unión contraída con María Luisa de Austria.

Caro les costó: perdieron el uso ele las insignias carde–

nalicias, en su amplia prisión de París: mas conservaron

el puro esplendor de la conciencia y la blancu ra de la

túnica del que sellaba sus decretos con el a nillo del pes–

cador. El hijo úni co de esta unión ilegítima . fa lleció á

los diez y ocho años, refug iado en Austria

y

abrumado

por el peso de su

z"lztstre

nacimiento y de su a lto desti no

de Rey de Roma.

Los Pontífices. que resistieron á las pasiones de En–

riq ue V III y de Napoleón I, han merecido bien de la

· cultura cristiana, señores. Han salvado la institución del

matrimonio

y

por ende á la familia

y

á la sociedad de la

disolución que les amenazaba. Agregaré que, con voz

profética, han dado también el a lerta á estas jóvenes na–

ciones, tan fáci les para dejarse arrastrar por el mal ejem–

plo

y

olvid ar á su influjo, que el matrimonio cristiano,

indisoluble, santo por sus fines

y

santificado por las ben–

diciones de la Iglesia, es el fundamento sólido de la so–

ciedad actual

y

de la sociedad de lo porvenir;

y

que los

S umos Pontífices, atalayas de la ciudadela sagrada, son

los que mejor advierten el peligro que amenazaba á la

familia

y

á la sociedad, y los únicos que pueden poner

firme baluarte contra las invasiones del espíritu del mal.

Hay un aspecto, señores. bajo del cual conviene estu-

diar la m isión de Jos Sumos Pontífices.

o solamente