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ranía del fin, es decir, la soberanía del mal ;

y

de otro la–

do, por ese regreso forzado hacia la exagf'ración ele la

autoridad, que habéis hecho necesario á la naturaleza

humana, á la sociedad. al corazón humano espantado de

vuestros excesos."

"Y ese mismo movimiento, que yo señalaba, que

vo–

sotros señaláis, que reconocéis vosotros mismos en el

:nundo católico, cuyos destinos sujetáis hoy á discusión."

•·Ved, dice, os conjuro á que veái , lo que acontecía

en Europa tres años há. La libertad extendía por doquie–

ra gradualmente su imperio; los reyes venían todos, uno

tras otro, de mal grado, lo concedo; empero venían to–

dos por turno á deponer, en alguna mane ra, su corona á

los piés de la liberta¿, y pedirle una nueva consagración,

una investidura nueva. El Papa ;mi mo, el símbolo vi–

viente de la autoridad, la encarnación del poder más au–

gusto y más antiguo, Pío IX mismo. el

ímbolo más au–

gusto y más antiguo de la autoridad sobre la tierra, cre–

yó que podía pedir á la libertad, á la democracia, al pro–

greso, al espíritu moderno, un rayo más para su tiara.

Pues bien! ¿qué aconteció? Habéis detenido todo esto,

lo habéis trastornado todo: habéis detenido, habéis des–

viado toda esa corriente admirable, que nos inspiraba, á

nosotros, antiguos liberales, como decís, tanta confianza

y

admiración. Esa corriente se ha perdido. Habéis des–

tronado algunos reyes, verdad, pero habéis destronado

más ciertamente la libertad!"

"Sí; cuando Pío IX subió á su solio, y cuando al ver

delante de sí á la libertad, á la democracia moderna, se

encaminó de frente hacia ella, y le dijo: ''Tú eres mi hi–

ja,

y

yo soy tu padre .... Ese día manifestáronse inme–

diatamente do opiniones en la Iglesia católica."

"Los unos, y eran la minoría, los prudentes, algo tí–

midos, algo diplomáticos, los hombres de experiencia,

los maduros, los sabios decían de buen grado: pues el

Papa acomete quizás una empre a harto arriesgada, har–

to peligrosa, que le saldrá mal. Los otros, y eran la gran

maroría,

y

estaba yo con ellos, sí, yo y mis amigos, los

que entonces llamaban el partido católico, nosotros aplau–

dimos con pasión, con entusiasmo, esa iniciativa del Pa–

pa· Pues bien! nos vemos obligados á decirlo, hemos re–

cibido un desmentido espantoso. El ensayo se ha vuelto,