- 221-
La coronación del Tasso, ilustre poeta, marchito por
el infortunio
y
á
quien el P ontífice dulcificó los últimos
días de la vida con
el
honor insigne de ceñir su frente
con el laurel de la merecida inmortalidad. El asilo que
siempre hallaron en Roma pontificia las majestades caí–
das, así fuesen culpables de desacato al Pontífice en los
días de su poder y ebriedad. Y, sobre todo, señores, las
sublimes compensaciones otorgadas á la virtud por el
hecho de la beatificación y canonización de los santos,
de esos héroes humildes, levantados sobre los altares pa–
ra ensalzar la virtud, glorificar á Dios y enseñar
á
un
mundo vano y corrompido que no hay otra gloria ver–
dadera sino la del deber cumplido hasta el heroísmo.
Todo eso
y
esto sobre todo prueban abundantemente la
influencia benéfica del Pontificado en la cultura cristia–
na. Ante el hecho de levantar desde el polvo de su ori–
gen, y cxumar del polvo del olvido fisonomías ideales,
resplandecientes de luz, radiantes del sagrado fuego
y
con las manos llenas de preciosas joyas de buenas, de
grandes acciones, el mundo tiene que inclinarse
y
reco–
nocer que, quiera ó no quiera, son las leyes morales las
que le gobiernan; que la ambición de poder, la ambición
de ri quezas y la torpe sensualidad, que el paganismo
deificó en Júpiter, Mercurio
y
Venus, han caído venci–
das por la Cruz, que sostiene la mano venerable de Pe–
dro y de sus sucesore,;. Así ha vencido el Pontificado los
errores y las preocupaciones del Paganismo que vino
á
combatir. Así afirmando con su autoridad infalible los
principios que destellan luz sobre las sociedades, ha ce–
rrado el paso al error
y
no pueden caer en él sino los
que se resistan
á
sus enseñanzas. Aís, proclamando la
virtud como reina en la tierra,
y
mostrando la corona
que ciñe en el cielo, alienta
á
Jos débiles por que se es–
fuercen
y
triunfen de las pasiones y de los vicios.
Y más hiciera, señores, si tristísimas circunstancias, de
las que no quiero hablar hoy por no afligiros, dejasen al
actual Pontífice, que ilustra con su ciencia
y
su virtud
la silla de San Pedro, aquella libertad de acción de que
disfrutaba ahora ti\-inta años,
y
que le h.:t sido arrebata–
da en nombre de intereses mal comprendidos, por odios
impíos, por una política, que ha sembrado en los vientos
para cosechar en las tempestades.