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las dolencias socia les; los P apas gobiernan la barca, por–

que

el

primero de ellos aprendió á invoca r á Jesucristo

entre los horrores de una tempestad en el lago de Tibe-

riade.

N o terminaré, señores, sin haceros notar que en la lar–

ga lista de los P ontífices se cuenta n nombres de griegos,

italianos, franceses, españoles

y

has ta ingleses. No hay

monarquía en el mundo que pueda allegar elementos hu–

manos tan diversos. y a provechar así de las vt>ntajas que

trae consigo la ley de renovación, por medio ele elemen–

tos tomados, no de un pueblo

y

de una raza, sino ele va–

rios pueblos

y

ele todas las razas. Admiremos, señores,

la sabia economía ele la Providencia, en la constitución

de este poder único, que sirve calladamente de lección á

las monarquías y á las democracias de la tierra.

No debo abusar por más tiempo, señores, de vuestra

benévola atención; y, no obstante, siento honda pena,

porque no puedo encerrar en los límites de este discurso,

ya sobrado extenso para fati garos,

y

demasiado corto pa–

ra reseñar los hechos culminantes que acreditan la in–

Auencia indisputable ejercida por el Pontífice Supremo

en la cultura cristiana, cuanto habría que decir, aun sa–

crificando mucho.

Por tanto, me limitaré á indicar la reforma del Calen–

dario por el Sumo Pontífice Gregorio

Xlll;

reforma exi–

gida por la ciencia, iniciada por la Iglesia , aceptada por

las naciones católicas,

y

aplazada por algunos años en

naciones protest;:111tes,

y

aun hoy mismo rechazada por

naciones cismúticas. Esto prueba

á

mi ver. señores, que

el pontificado fomenta la cultura

y

la herejía y el cisma

la rech azan

ó

la

aceptan de mal grado.

El favor, que han dispensado siempre los Papas á los

g randes ingenios, es otra prueba fehaciente del espíritu

de prog reso que animara á los Sumos Pontífices para

promover la cultura del espíritu humano.

El

Canónigo

Copérnico

y

el Cardenal Cusa se anticiparon á Galileo;

mas sostuvieron como hipótesis lo que éste se empeñó

en proclamar como dogma científico, apoyado en las San–

tas Escrituras. D e ahí sus .desazones

y

suaves castigos,

que el espíritu de oposición á la Iglesia ha convertido en

novela d esmentida por la Historia. Lo he demostrado

en otra ocasión de victoriosa man era.