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pa ra repnm1r

y

castiga r aq uellos exce os. Este fué el

principio de la cesación de aq uel las gue rras d omésticas,

tan sang rientas como inevitables á la sazón. Y más tar–

de, extt-ndiéndo e d ichosa nwn te ese poder moderador á

Jos pueblos

y

á los monarcas, repri mió muchas vetes,

con la amenaza ó el castigo de los rayos espirituales, las

demasías de pueblos extraviados ó de monarcas ti ranos.

L a declaración pontific ia de queda r un pu ebl o absuelto

del jura mento de fide lidad prestado al monarca ó h acía

retroceder á éste en el camino de la ti ra nía. ó le hacía

baja r del trono, si n que los pueblos se manchasen con el

regicidio, ni se perdiesen en

el

tumulto de la insubordi–

nación. Y cua ndo la lucha se acentuaba en tre dos na–

ciones cristianas, los Papas, árbitros arbitradores

y

ami–

gables componedores, ponía n fin al desacuerdo, devo l–

vían el derecho a l oprim ido

y

tenían siempre razón con–

tra el agresor injusto, porque las naciones cristianas ve–

neraban su auto ri dad y. obec.leciéndola, no creían a men–

g uar su honra, ni merece r la nota d e cobardes. H ace po–

co, st:ñores, que hemos visto. reapa recer el ejercicio de

ese poder moderador, á ruegos de dos naciones, católica

la una

y

protestante la otra. El resultado feliz lo sabéis

como yo. Y lo único que me toca agregar es que ese re –

ciente ejemplo justifica la acti tud de la edad media, que

se incl inó tantas veces ante los fa llos de un anciano de–

Sdrmado

y

dió lecciones de cultura, no por fa lta de cora–

je, á esta edad moderna, que se precia de mu y culta, y

vierte á torrentes sangre hermana,

y

aguza el entendi–

miento,

y

pone á con tribución las ciencias fís icas para

enrojecer la tierra

y

el mar con la sangre de propios

y

de extraños.

o se puede nega r que hemos adelan tado

m ucho, señores; pero no tan to q ue puedan vivir las na–

ciones al amparo del derecho. interpretado por el repre–

sentan te más aug usto de la conciencia humana,

y

sin cre–

cidos ejércitos permanentes

y

a rmamentos costosos de

m ar y de tierra, que destru yen por más d e un a manera

la riqueza pública, disminu yen considerablemente las ci–

fra s de matrimonios

y

nacimientos, mientras aumentan

d e manera desastrosa las cifras de las defun ciones;

y

es–

to lo debemos al desconocimie nto del poder moderador,

que los Papas ejercieron en mejor época, con tanto pro–

vecho de la cultura de las naciones.