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jeta

á

un centro de suprema autoridad, que fué Pedro,

de quie n heredaron Jos sucesores en el Supremo Ponti–

ficado, con las llaves, la m isma jurisdicción. Por tanto,

la propagación de la doctrina regeneradora del mundo

se debe en primer término á Pedro

y

á los que le han

sucedido en la silla de Roma. De ellos han partido siem–

pre las misiones cu::¡si-apostólicas para cristianizar á los

pueblos, "que estaba n asentados entre tinieblas y som–

bras de muerte" . Pedro ord enó

y

envió los primeros sie–

te Obispos que llevaron la fe á nuestra antigua madre

España, de donde nos vino á los nacidos en América por

la extraord inaria misión providencial del ilu tre Colón y

los sacerdotes que acompa ñaron á éste y á los conquis–

tadores de América.

ujetos á la au toridad de Pedro es–

tuvieron San Diontsio

y

los primeros Obispos de las Ga–

lias; y para no hablar de otra

regiones, cuya hi toria de

ev;¡ngelización es harto conocida, me bastará recordar

que un feliz encuentro de

an Gregorio Papa con do

hermosos niños, que se vendían como esclavos en la gran

ciudad de Roma, fu é orige n

y

estím ulo de la misión apos–

tólica confiada al monje Agustín. sembrador de la di vi–

na semilla en las Islas Británicas. Como sabéis, nunca

d escuidaron los Sumos Pontífices este grande objeto, y

llenas están las páginas de la historia eclesiástica con el

relato d e las innumerables misiones, que partieron siem–

p re de R oma , por la solicitud de los sucesores de Pedro,

y

que han cubierto la tierra de sazonados frutos

y

la han

empapado con sangre fecunda de mártires, de apóstoles

y

de neófitos sublimes. Argumento de la incansable so–

licitud de los Soberanos Pontífices es la misión, entre

muchas, de San Francisco Javier á las I ndias orientales

y

de San Francisco ola no á nuestras Indias. Dos após–

toles, el uno de la religión de F rancisco de Asís, el otro,

de la naciente compañía de Ignacio de Loyola; dos após–

toles que fundaron numerosas cristiandades,

y

que mu–

rieron como el sol que declina, iluminando con los res–

plandores de su santidad los horizontes que bañaron con

la luz de su zenit. Y argumento más reciente la creación,

por el

umo Pontífice Gregorio XV, del gran centro de

propaganda cristiana, que desde el principio del siglo

XVII lleva el nombre de propagación de la Fe. Tan bri–

llante documento del celo de los Pontífices Romanos ha