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inquietudes del alm a, todos los esmeros del cariño más
tierno. Si por acaso nace débil
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defectuoso ¡cuán dulce,
cuán solícita ternura rodt"a su cuna de marfil
ó
de mim–
bre! ¡con cuánto amor lo acerca á su pecho la madre cris–
tiana, procurando copiar el cuadro trazado por la inspi–
rada pluma del Evangelista pintor, de Lucas, que nos
hace asistir á la sublime escena en que la divina María,
única entre todas las cri aturas, saborea dichas celestiales
al aplicar su bendito pecho á los dulces labios de su Crea–
dor
y
su Hij o. Y al recordar ese idilio único, más pro–
pio del cielo que de la tierra , la madre
dt~rrama
miradas
de complacencia, que bañan como una atmósfera de amor
al tierno ser que descansa en su regazo y abandona por
momentos el seno que le sustenta para pagar con sonri–
sas el alimento que recibe. El padre, atónito
y
feliz, se
recrea en esta escena y paseando miradas de arrobamien–
to por el rostro de la compañera de su vida y del hijo
de su amor, olvida la fatiga del trabajo , las desazones y
amarguras del destierro, y contrasta soberanamente con
el padre pagano que vacilaba para alzar de la tierra al
hijo que debía llevar su nombre y ser el báculo de su
vejez,
y
que le dejaba impíamente abandonado á su suer–
te, si advertía por desdicha en su cuerpecito signos de
debilidad ó defecto de hermosura.
Perdonad. señores, el que yo, arrastrado por la lógica
del pensamiento y por lo bello del recuerdo, pareciera
descuidar por un momento el asunto principal. Mas con–
fieso que lo hice de industria, no sólo para encarecer el
beneficio que la Religión anunciada por Pedro y los su–
cesores de él h::t traído á la cultura, reformando la anti–
gua familia, cuya constitución desmentía los principios
más obvios del derecho meramente natural, hoy puesto
de relieve por la enseñanza cristiana, sino que lo hice
tamhién por corregir de paso la perdición de costumbres
que voy advirtiendo, y que nos viene de un mundo en–
vejecido en orden
á
la crianza física
y
moral de los niños
y
á las relaciones de amistad sincera y consideración re–
cíproca de sus progenitores.
Aunque uestro Señor J esucristo confió, por extraor–
dinaria misión, á todos sus doce apóstoles la propaga–
ción de la buena nueva, esto es, del Evangelio, nadie
podrá negar que esta misión estuvo desde entonces su-