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inteligencia es la verdad, su veneno, el error: el bálsamo

de vida de la voluntad, el bien, su tósigo el mal. Care–

ciendo á la sazón los hombres

y

los pueblos de un a en–

señanza pura

y

suficiente, ni la inteligencia se nu tría con

el pan de la verdad, ni el corazón alentaba la vida del

hien. La libertad se resentía de la fl aqueza de sus proge ni–

tores, y era esclava de errores, de pasiones, de tiranías.

Ped ro fué á Roma á fund ar un a Cáted ra de verdad in–

defectible , de moral pura, en la qu e han continu <tdo en–

señando sin desfallecer todos los sucesores de s u g rande

mi niste rio. Por obra de estas enseña nzas invariables, de

t>St<ts enseña nzas luminosas, el mundo tu vo y tiene un

criterio seguro para conocer directamente la verd<td re–

velada por Dios, y beber en l<t

fu ente d e aguas purísi–

mas la doctrina que enaltece

y

enc<tmina el hombre á su

eterno destino. Esta doctrina tija la regla de las costum–

bres, la moral. cuyos caracteres han de

~er

la universali–

dad y

la invariabilidad d el principio. Ya no tiene que

consultar á los filósofos paganos, á esos que se reputa–

ban semidioses de la sabiduría, á riesgo de convencerse

como un o de ellos de que no h ay error que haya salido

de sus bocas. Ya no tiene que convertirse en niño que

fluctúa sin saber á qué atenerse, como lo decía el Após–

tol en enérgica frase; ya tiene, según el d ecir del mismo

Apóstol, una columna firme de ve rdad en que apoyar el

juicio de su entendimiento.

Señores,

los navegantes se a lborozaron en el siglo

X I V de la era cristiana por el maravilloso descu brimien–

to ele la brújula, que fijó el rumbo antes incierto de sus

naves. L as generaciones cristianas, han podido alboro–

zarse catorce siglos antes, porque el divi no viajero

J

esu–

cristo supo darles, por la mano de Pedro y de sus suce–

sores, la brújula que habían de menester para evitar el

naufragio del error.

A

influjos de la verdad enseñada por la Cátedra de

Pedro, de la mora l pura que esa verdad entrañaba, se

reformaron las costumbres, se elevaron los sentimientos,

se mudaron las leyes, se mitigó la sed de conq uistas san–

grientas, y la libertad, la fraternidad

y

la paz, lu minosas

hermanas descendidas del cielo, aparecieron en el fir ma–

mento de las naciones dándose estrecho y dulcísimo

abrazo.