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.lnfluenáa del Pontificado en la Cz'vib'zaáón.

U na institu ción div ina , obra de amor

y

de sabia pre–

visión del H ombre-Dios,

y

á quien admiran diez

y

nue–

ve siglos, que llevan en su frente el sig lo luminoso de la

Redención, y que no desaparecerá de la tierra sino cuan–

d o esta padezca desmayos,

y

las estrellas recojan su luz,

y

ponga el Señor su diestra sobre la cumbre de los mon–

tes porque estos arda n

y

se disuelvan formando ríos de

h irvie nte lava. U na institución cuya piedra fundamen–

tal es Cristo, nuestro bien, y cuya pied ra visible fué un

pescador ignorante y cobard e d e Galilea, que lavó su

afrenta con

el

llanto de la contrición y selló su alian za

con el martirio. U na institución divi na que, enaltecien–

do elementos huma nos, ha desafiado todas las tempesta–

des, manteniéndose inmoble en medio á los embates de

furiosas olas, tranquila y majestuosa en medi 0 al ru gir

de las pasiones, serena y clara videntes entre las nieblas

amontonadas en derredor suyo por el soplo de los inte–

reses hu ma nos. U na barca frágil, señores, que. partien–

do confiadamente de las mansas oril las de un lago orien–

tal. con la proa al Occidente, llega con rara for tuna, sal–

vando escollos y burlando abismos hasta las orillas del

Tiber, larga ahí su a ncla leve,

y

da fondo cerca de la ca–

pital d el grande Imperi o de Roma: ¿qué trae, señores, á

la ciudad de los Césares,

á

la soberbia capital del Impe–

ri o de Occidente, á la domi nadora del mundo culto, á la

fanática adoradora de las pasiones del hombre,

tran~for­

madas en ídolos de piedra, bronce, plata y oro? ¿A la

ciudad de los festines brutales, del lujo asiático refinado

por la corrupció n razonada, á la R eina del Orbe, que só–

lo pide

á

sus condu ctores, corno aspiración suprema de

un pueblo degradado,

pan

y

matanzas

en el Circo? ¿A

una ciudad, que ve impasible arrojar los esclavos á lavo–

racidad de peces, nutridos en los estanques con carn e

humana; que excita la vanidad de sus g ladiadores para

que luchen

á

muerte en el anfiteatro,

y

caigan agonizan–

tes en actitud artística ante un pueblo ebrio por el vapor

de la sang re, ante un as Vestales, vírgenes ve neradas,

porque no han sido madres, ni tienen e ntrañas de cari–

dad para salvar de la muerte á los que, ilusos, imploran

su compasión? ¿A una ciudad que, fomentando el culto