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154

VIDA DE CRISTO

Entretanto, juntóse el gran consejo en

casa

de

Cay–

fas,

adonde lleváron al Salvador como

á

un reo para

ser juzgado. Su muerte habia sido decretada unánime–

mente por todos los que le componian, aun antes de oir–

le; pero por guardar alguna apariencia de formalidad,

hiciéron venir algunos falsos testigos que habian sobor–

nado., todos gente de la hez del pueblo; los cuales de–

pusiéron que le habian oido decir, Que aunque se des–

truyera el templo de Dios, él le reedificaria en tres dias:

Jesus lo babia dicho en efecto, hablando del templo de

su cuerpo que habia de ser como destruido por la muer–

te,

y

como reedificado tres1dias despues por su gloriosa

resurreccion ; pero fuera de que los testigos sobornados

no se convenian en lo que decían , todo cuanto se de–

ponía contra él no era suficiente para hacerle reo. Vien–

do el sumo Sacerdote que Jesus no decia palabra, se le–

vanta,

y

1e dice: Te conjuro de parte de Dios vivo que

nos digas si tú eres Cristo hijo de Dios bendito. Respon–

dióle Jesus :

Tú lo has dicho

que

lo soy;

y

ademas os digo

gl/;e de

aquí

poco ve

reis

al Hijo del hombre (ll1atth.

'23.)

(este era el nombre q.ue por lo comun tomaba el Salva–

dor cuando solo quería hablar de su humanidad)

sentado

á

la

diestra de la virtud de Dios venir sobre las nubes del

-

cielo.

O ida esta res puesta por el Pontífice , rasgó sus ves–

tiduras, (era·esto mostrar que acababa ·de oir una blas–

femia) y exclamó : Ha blasfemado;

i

para qué deseamos

nrns testigos'? ¿No habeis oido vosotros mismos la blas–

femia ?

i

qué os parece? Respondiéron todos que mere–

cía la muerte; y le condenáron

á

morir. Condenado así

á

muerte Jesus por el Pontífice

y

por todos los que com–

ponian el sanhedrin ó gran consejo, fue entregado á la

insolencia de los soldados

y

á

la brutalidad de los cria–

dos, los cuales pasáron lo restante de la noche en usar

con Jesus de toda suerte de burlas y de insultos en el

atrio de palacio. Escupíanle en la cara , dábanle de pu–

ñadas;

y

hubo quienes al abofetearle, le decían por irri–

sion: Cristo, muéstranos

que

eres profeta; adivina quién

es el que te ha herido. Nunca reo, por infame que fue e,

nunca esclavo el 1nal vil fue tan maltratado , tan ul–

trajado, ni se vió tan harto de oprobios; pero era pre–

c.fso que todo lo que habia sido predicho del' Mesías se