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l

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VIERNES PRIMERO

quidad del padre, ni el padre la del

1

hijo. En efecto, Dios

á

nadie ha imputado jamás los pecados agenos; es demasia–

do justo, demasiado misericordioso para reprobar

á

una

alma inocente. Si nosotros pagarnos la pena del pecado ori–

ginal, es porque este pecado es verdaderamente nuestro.

Y

si algunas veces permite que el inocente padezca en este

mundo con el culpable,

y

sea envuelto en

~l

mismo castigo,

este azote es en los designios de Dios una prueba, que puede

ser un manantial de bienes para el hombre inocente,

y

no

una pena para castigar á un culpable. Los azotes con que

Dios aflige

á

los justos juntamente con los malos, mas bien

son favores, que efectos de venganza. Las cruces

y

las ad–

versidades en el cristianismo son beneficios, no castigos.

No sucedía lo mismo en

la

antigua ley,

á

lo menos segun

la idea

y

el juicio del pueblo. Los judíos r_o podían mirar

las penas de esta vida sino como verdaderos males; y co–

mo todo mal es una pena del pecado, inferían de aquí, que

si

épos no habian merecido las penas que padecian, las pa–

dec1an en castigo de los pecados de sus padres; de donde

nacia, que en sus oraciones pedian

á

Dios el perdon no so–

lo de los pecados propios, sino tarnbien de los de sus padres.

Yo os suplico, Señor, decía Daniel, que desvieis vuestro

enojo, vuestra indignacion de vuestra ciudad.

i

Por qué Je·

rusalen

y

vuestro pueblo son el dia de hoy el oprobio de

todas las naciones que nos rodean? Por motivo de nues–

tros pecados,

y

de los de nuestros padres.

¿Por ventura

me complazco yo

,

dice el Señor,

con la muerte del

impf

o~

Di

os quier

e sinceramente la conversion del pecador,

y

no

su

muer.te;

Dios quiere que nos salvemos, y no que nos con–

de

n

emos. ¡De cuánto consuelo es este articulo de nuestra

fe

!

¡Pero qué afliccion no causará eternamente esta ver–

dad

á

los que s--e condenen! No hay un condenado que no

se haya labrado él mismo su reprobacion. Ved aquí la

conducta que yo observo,

di~e

el Señor, en la economía

de la salvacion de los hombres. Deseo que todgs los hom–

bres se salven, y así doy mi gracia á todos los hombres.

Si el justo, sin embargo de todos mis auxllios , pierde su

justicia,

y

muere en su pecado, me olvidaré para siempre

de todas las buenas obras que hizo, y será condenado;

y

,si el pecador se co,nvierte de buena fe, hace penitencia,

y

muere en estado de gracia, no le perjudicarán sus iniqui-