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DE CUARESMA.
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Dios, es figura de la mansion de los bienaventurados ,
r
el
pan misterioso que da bastante fuerza
y
vigor para llegar
á
él, es figura de la sagrada Eucaristía. El mundo es un de·
sierto respecto de la patria celestial; tenemos un horrendo
desierto que pasar; tenemos mucho camino que andar:
Grandis enim restat vía:
¡qué flaqueza no sentimos,
y
tam·
bien qué desfallecimiento! La tristeza, la amargura , el
tedio dominan en un corazon agitado de muchas pasio–
nes á una alma, cuya pérdida tiene jurada el enemigo
de la salvacion. ¡Cuál es nuestra miseria,
y
cuál
á
veces
nuestro caimiento en este horroroso destierro, donde el al·
ma se halla ordinariamente reducida
y
obligada á des–
confiar de su propio corazon,
á
estar contínuamente aler–
ta contra las ilusiones del espíritu y de los sentidos, sin
cesar con las annas en la mano para pelear! Ved aquí bas·
tantes necesidades; Jesucristo nos ha provei<;lo abundante·
mente in tituyendo la sagrada Eucaristía. Ella es el pan
de los fuerte , por cuya virtud nuestros enemigos quepan
tan debilitados, cuanto nuestra alma fortalecida. ¡Qué aes·
gracia la de e tar privados de élla! iQuién sin este socorro
puede andar dichosamente una tan penosa
carrera.~
Po:B
el vigor que da e te divino alimento, por el valor que ins·
pira
est~
pan di vino , por las gracias que nos consigue,
se vencen todos los ob táculos de la salvacion ; enferma–
mos, quedamos sin fuerza ; morimos de hambre cuan–
do nos falta este pan de los ángeles ; esto es lo que se
propone el enemigo de nuestra salvacion al ap'frtar de
esta santa mesa
á
tantas almas,
á
únas por indevocion,
á
ótras por pusilanimidad,
á
la. mayor parte por disgusto,
á
un gran número por el apego voluntario que tienen
á
sus malos hábitos. ¡Qué ilusion privarse de este socorro
con capa
y
pretexto de respeto! Se tienen por indignos
de llegarse
á
esta mesa. Las almas mas puras jamás cre–
yeron que eran dignas; pero comprendieron que te–
nian una urgente necesidad de este divino alimento
p~ra
.mantenerse inocentes
y
puras: cuanto mas conocen su m–
dignidad, tanto menos indignas son. Por mas pretextos,
y
mas especiosos que se tengan, lo que nos aparta de la san–
ta 1nesa siempre es un motivo muy imperfecto en el fon–
do. Sabemos
y
sentimos que convendría reformar nues–
tra conducta
y
nuestras costumbres si comulgáramos
á
·
Tom. l.
'~
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