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MIE~COLES

PRIMERO.

ta parábola es mostrar que los

f~riseos,

confiando <lema- ·

~iado

en su pretendida justicia, y creyéndose santos por–

que tenian un exterior engañoso, eran mas dignos de lás–

tima por su odio contra Jesucristo, que los que vivían vi–

siblemente en los mayores desórdenes. El Salvador que–

.ria tambien hacerles comprender, que habiendo la divi–

na bondad libertado

á

esta perversa nacion del yugo

de Satanás, con preferencia

á

los demas pueblos del mun–

~o;

si éllos se sujetaban Gtra vez

á

este soberbio y cruel

tirano, no queriendo reconocer al Mesías , su rey legí–

timo, solo capaz de defenderlos de un enemigo tan po–

deroso, serian por último condenados

á

una eterna escla–

vitud.

Miéntras el Salvador instruía de este modo al pueblo,

le viniéron

á

de-cir que s11 madre

y

sus

he~manos

estaban

fuera,

y

querían hablarle. Mas queriendd enseñarnos con

su exemplo á reprimir el demasiado amor á los parientes,

respondió al que le hablaba :

i

Quién es mi madre,

y

quié·

·

ne~

son mis

hermanos~

y

señalando con la mano

á

sus

amados discípulos, les dixo: estos son mi madre

y

mis

hermanos; porque cualquiera que hiciere ],a voluntad de

mi Padre, añadió, este es mi hermano, mi hermana

y

mi madre. Queriendo decir en esto, que los que le si–

guen

y

p;uardan sus mandamientos , tienen mas crédi–

to para con él, que un hermano ó una hermana para con

su hermano,

y

aun una madre para con su hijo. Co–

mo

los~díos

110

miraban al Salvador sino como un puro

hombre, el Salvador les dió esta respuesta, que en otras

.circunstancias podria parecer un poco dura; pero entón–

ces era

pre~isa;

por élla quiso Jesucristo enseñará los ju–

díos, que no debian mirarle simplemente como

á

hijo de

María, sino que debian reconocer en su persona alguna

cosa mas que humana. María santísima, que comprendia

perfectamente el sentido de estas palabras,

y

que sabia el

misterio de la éncarnacion, no corria peligro de que se ofen·

diera de éllas. Se sabe tambien, que.los hebreos daban el

nombre de hermanos á los que nosotros llamamos pri–

mos. Estos de que aquí se trata eran los sobrinos de san

José, 6 mas bien de la santísima Vírgen, Santiago el me–

nor, Judas, Simon, José.

i

Podía el Salvador manifestar

mas sensiblemente á los ministros del evangelio lo des-

(