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DE CUARESMA.

ao se valieron para-destruir y aniquilar la religion cristia–

na? ¡Cuántas horcas, cuántos cadahalsos no se levantaron,

cuántos fuegos no e encendieron para extirpar, para bo–

rrar hasta el nombre de cristiano!

iMas

en qué paró esta

espantosa

y

universal conspiracion contra la

Iglesia~

Aque:

llos príncipes, aquellos grandes de la tierra se cansaron

y

apuraron. en invencar crueldades

y

tor!Tientos. Aquellas

potestades mundanas pasaron;

y

la Iglesia subsiste siem–

pre la misma. Las horcas cayeron de viejas, las ruedas,

y

los ec'

s ó caballetes se gastaron con el largo

y

frecuen–

te

so. Las ogu

se consumieron y los fuegos se apa·

garon, las uñas de hierro y las espadas se embotaron

y

enmohecieron

á

fuerza de despedazará estas inocentes vícl"

timas: mas de diez

y

ocho millones de mártires de todo

sexo, de toda edad, de toda condicion hicieron correr a·

rroyos de san/re en todas las provincias·, en todas las ciu–

dades del mundo; pero esta sangre de los má rtires fue co–

mo una semilla de nuevos cristianos. La religion cristia–

na se ba aumentado., se ha fortificado , ha tri unfado del

paganismo. La Grecia ha sometidn u tan decantada pre–

tendida sabiduría

á

la santa necedad de la cruz. Esta cruz,

mirada ántes como un objero de infamia

y

de horror, ha

sido elevada y puesta sobre el mismo trono del imperi o

romano ; todos los pueblos del mundo , los mas sensuales,

los mas disolutos han recibido el yugo de la fe. Los desiei·–

tos mas horribles, las mas espantosas soledades se han po·

blado de santos penitentes. La Iglesia se ha

]fY,. ·,

do por

su propia virtud, por sola su santidad ,

so~r

as ruinas

soberbias de tantos templos de ídolos. Busca un

motivo

de

credibilidad mas divino; dame una prueba de la verdacl.

de nuestra religion mas concluyente

y

mas invencible.

¡Qué dicha para nosotros la de estar criados en esta reli–

gion santa! ¡qué favor

y

qué consuelo el de vivir

y

morir

en el seno de esta Iglesia! ¡pero qué desventura la de ser

cristiano,

y

no guardar las leyes

á

que nos obliga un nom–

bre tan santo! ¡qué desgracia la de ser hijos de la Iglesia,

y

no

vivir

segun las máximas del evangelio!

·

PUNTO SEGUNDO.

Considera como entre todas las persecuciones que ha