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PRIMER SÁBADO

tiano ayunar la Cuaresma ,

y

acompañar su ayuno con la

inocencia, con la práctica de las buenas obras, y con una

ardiente caridad.

"

El

evangelio de la misa de este dia es del capítulo

60

<le san Márcos, donde se dice, que despues de haber he–

cho el Salvador el insigne milagro de haber saciado casi

cinco mil personas con solo cinco panes y dos pequeños

p~ces,

viendo que todo este pueblo transportado de admi–

racion no dudaba ya que fuese el Mesías prometido,

y

formaba el proyecto

d~

llevársele para hacerle rey, les

previno

el

Señor, habiendo mandado á sus apóstoles que

. se

volvi~ran

á

embarcar cuanto ántes para pasar primera·

mente el corto trecho de Betsáyda á Cafarnaum,

y

atra–

vesar

despu~s

todo el lago para

transportarse~

la otra ori–

lla en el pais de Gel'lezaret. Nada dixo

ri

Señor en órden

á su designio, solo se d'i·ó priesa de

1

despedir al pueblo;

y

de este modo, habiendo quedado solo, se retiró á lo alto

de aq!-iel mismo monte , de donde habia venido á presen–

ta

se

delante del pueblo,

y

perseveró allí en oracion has–

ta la ,tarde..-Ya se ace'rcaba la noche cuando los discípu–

los·, separados de su amado maestro, baxaron hácia el

mar,

y

habiendo vuelto á entrar en su barca, tomaron la

ru ta de Cafarnaum. Les sobrevino una tan· furiosa tem-

'pesrad, que pensaron perecer por mas

que

remaban con

todas sus

fuer~as:

como estaban en alta mar,

y

tenían el

viento _f:qotrario, creían

á

todo momento que la barca iba

á ser

»?\.1._1a

de las ondas.

El

horror de la noche aumen–

taba

su

ten''.IDr;

y

por colmo. de su. desgracia,

J

esus, su

ú.nico refugi ., no estaba

allí.

No era menester mas para

meterlos en la desesperacion; pero el socorro estaba mas

cerca de lo que pensaban. Jesucristo nunca pierde de vis–

ta á los que

lt{

~man

y

le sirven con fidelidad.

El

Salvador

veía

d~sde

la orilla del mar su inquietud ,

y

la pena que

les costaba de remar contra el viento. No ignoraba el pe–

ligro,

ni

era su ánimo abandonad s; pero para socorrer–

los aguardaba á que estuviesen cerca de dos leguas

J<.len–

tro de

la

mar furiosamente agitada, para que así conocie–

sen mejor el cuidado que tenia de éllos,

y

la necesidad que

éll0s tenían de él,

y

tambien su soberano poder sohre las

olas

y

las tempestades. Vino, pues, adonde éllos estaban,

al

amanecer,

hora

que los

del

pais

llamaban la cuarta

vi-