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DESPUES DE LA EPIFANÍA.

El mar de Galilea era un gran lago, que tenia cerca de ocho

leguas de largo,

y

tres á cuatro de ancho; de suerte, que

cuando

se

levantaba viento, el agua era agitada tan

furio·

samente, que algunas veces llegaba

á

sumergir los baxe–

les de que se servían para pescar en el lago,

ó

para pa–

sar d

e una parte á otra. Algunas barcas, dice san Már- .

e.os,

se juntáron

á

la en que iba Jesus para acompañarle.

Los

verdaderos discípulos de Jesucristo no temen las

fa–

t igas ni los riesgos cuando se trata de seguirle

1;

ni los mis–

mos mares ponen límites á su celo. Cuando estaban bien

adentro del lago, se levantó una tempestad tan furiosa, que

entrando con ímpetu las olas en la barca, la cubrían toda,

y

el agua la anegaba de modo que

á

cada momento pare–

cía se iba

á

fondo.

Entreta~esucristo

no se olvidaba de sus amados

discípulos; pero esperaba

á

lo -'iltimo para socorrerlos, que·

riendo probar entretanto su fe

y

su confianza. Estaba

á

la sazonen la popa, donde donnia tranquilamente, recos-

tada la cabeza sobre un madero que le servia de a

a-

da. Allí reposaba no obstante el ruido de la torme

, o-

rno si lograra de una gran calma,

y

estuviera fuera de to–

do riesgo. Jesus duerme en lo mas fuerte de la tempestad.

De este modo ensayaba

á

sus discípulos pa ra la vida apos –

tólica, enseñándoles cuál debía ser la situa ion de su co–

razon en m::dio de los peligros y de las persecuciones que

les aguardaban, y que en adelante habían de exponer su

constancia

y

su fe

á

pruebas tan terribles como aq

!la.

La barca cubierta de olas, dicen los padres , signi–

ficaba

á

la Iglesia en medio de las persecu iones , puesta

en medio del mar tempestuoso del mundo, pue ta á mil

tentaciones

y

á

mil violentas tempestades. Jesus está en

la barca; no la desampara, pero duerme: casi se diría que

ignora el peligro; pero sabe muy bien el estado en que es·

tá. No hay que temer, él sabrá despertar cuando sea tiem–

po de socorrerla.

¡

Que olas, qué tempestades no ha exci–

tado contra la Iglesia esa nube de hereges

y

de cismáti–

cos, que en todos tiempos la han combatido! Muchas ve•

ces se ha visto cubierta de olas; parecia que iba á ser su–

mergida, cuando despertando Jesus, por decirlo así, á los

clamores de los verdaderos fieles, que á exemplo de 1 s

discípulos de nuestro evangelio no han

ces~do

de clamar

H2

.