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LIBRO TERCERO DE LOS REYES.
nes : si autem murtuus fuerit in
agro , comedent eum volucres
Caeli.
25
lgitur non fuit alter talis
sicu~
Achab , qui venundatus es(
ut
faceret malum in conspeél:u
Domini : concitavit enim eum
Iezabel uxor sua.
26
Et abominabilis faél:us est,
in
tantum ut sequeretur
ídola
quae
fecerandí~Amorrhaei
, quos
consumpsit Nominus a facie
fi–
liorum
Isrfe1.
27
ltaque cum audisset A–
chab sermones istos , scidit ve–
stimenta sua , et operuit cilicio
carnero suam , ieiunavitque , et
dormivit in sacco , et ambula–
vit demisso capite.
28 Et fuél:us est sermo Do–
mini ad Eliam Thesbiten, dicens:
29
¿Nonne vidisti humilia–
tum Achab
co~am
me
?
quía igi–
tur humiliat s est mei causa,
non inducam malntn
in diebus
eius
Q,
sed ·n diebus .fi.lii sui in–
feram ty unr domui eiu§.
• MS. A.
Y es f echo aborrible.
2
MS. 8.
Cabez cortto.
Humillado.
a
Aunque algunos Expositores con el
apoyo del
CaR
ysós
TOMO
se persuaden
que fué síncero el arrepentimiento de
Acáb ; esto no obstante otros muchos
creen, y no sin fundamento, que su dolor
no fué sino un sentimiento humano , ex–
citado del temor de los males temporales
de que se veía amenazado ;
y
no una de-
a
IV.
R egum
IX.
:z6.
ros :
y
si muriere en el cam–
po } comérlehan las aves del
Cielo.
2
5
A la. verdad no hubo otro
tal como Acáb , que se vendló
para.hacer el mal delante del Se–
ñor; porque Jezabél su muger lo
incitó.
26
Y
se hizo abominable', en
tanto extremo que seguía los ído–
los que habían hecho los Amor–
rhéos , los que destruyó el Señor
delante de los hijos de lsraél.
37
Mas Acáb habiendo oido
estas palabras , rasgó sus ves–
tiduras , cubrió su carne con
cilicio ,
y
ayunó , y durmió
_en saco ,
y
anduvo cabizba–
xo
2 •
28 Y fué hecha palabra del
Señor a Elías Thesbita, diciendo:
29
¿NohasvistoaAcábhumi–
llado delante
de
mí? pues por quan·
tose ha humillado por respeto mio,
no enviaré el mal en sus dras, si–
no en los días de su hijo haré que
venga el mal sobre su casa
3,
testacion síncera del pecado , la qua! no
puede nacer sino del amor de la justicia.
R ecayó luego en sus desórdenes , y aca–
bó miserablemente, como veremos. Pero
de aquí hemos de concluir , que si el Se–
ñor detiene su ira a la so!llbra y aparien–
cia de la penitencia , ¿qué eficacia no ten–
drá la verdadera para mover
su
corazon,
y
desarmar su cólera? Véase
S. GREGORIO
MAGNO
Homil.
x.
in E zech. num.
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