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tiu, y le pidieron que les diese una merienda. Recibiólos con

agasajo, y les dijo que se esperasen, mientras les preparaba lo

que apetecían. Los coristas, con la inquietud de niños, registra–

ron la celda, abrieron un cajon donde habia alguna frutu, y la

comieron. Uno de ellos vió tambien

UD

peso de plata, que

DO

habian reparado sus compañeros, y sin que estos lo advirtiesen,

sacó el peso, y lo ocultó dentra de su zapato. Volvió fray l\Iar–

tin con muchas golosinas, y dándolas á los coristas, les dijo;

•Ea hijos, merendad: hicísteis bien de comer la fruta, pues

•era para vosotros.» Volvióse luego al coíista que babia sacado

el peso, y hablóle en estos términos: ·Poned aqu¡í el peso que

•tomásteis, pues no es vuestro y tiene dueño.>• Quedaron to–

dos sorprendidos; pero negó el corista haber tomado la plata.

Sonrióse el siervo de Dios, y le dijo: ..sacad el peso del zapato,

•que no está bien ahí la cruz de Jesucristo.• No pud\J resistÍl'

mas el religioso,

y

sacó inmediatamente el peso, lo que asombró

á todos como era regulal'.

Pidió un seglar enfermo á fray lllal'tin que lo sangrase eu su

celda. Hizólo asi caritativamente,

y

habiendo salido afuera un

l'ato, viéndose solo el sangrado, tomó unas sábanas, y las ocul–

tó dentro de sus calzones. De5pidióse el siervo de Dios luego

que este entró en la celda; mas apenas babia sal ido de ella,

cuando Jo llamó fray l\Iartin y le dijo: ..vuelva á Ja celda, y pon–

•ga en su lµ gar las sábanas que lleva en los calzones, porque

•los enfermos tieuen mncha necesidad, y poca ropa... Ejecutó–

lo así el seglar, sintiendo que se hubiese descubierto el hurto.

Necesitando algun dinero una hermana de fray l\Iartin, casa–

da,

y

no queriendo pedirlo

á

su esposo, mandó hacer una lla–

ve para abrir el escritorio donde estaba la plata. Encontró el

sierYo de Dios á su hermana al dia siguiente de tener la llave,

y

Ja reprendió de esta manera: "Hermana mia, ¿cómo ha hecho

• una cosa tau mala, cual es tener llave para sacar el dinero de

•sn marido? Arroje la llave, y cuando tenga necesidad, ocur–

•ra á mí, que la socorreré mientras viviere.» Quedó atónita la

hermana, porque no podia naturalmente haberse descubierto

su secreto.

El doctor don Baltasar Carrasco de Orozco, muy amado del

siervo de Dios, y de quien recibia saludables consejos para el

gobierno de su casa, y para que tolerase con paciencia las mo–

lestias que le ocasionaba su familia; habiendo tenido un graví–

simo disgusto, se fué al convento del Rosario, para serenar su

ánimo bastantemente irritado. Al entrar por la porteria, lo vió

el siervo de Dios,

y

sin que Carrasco le dijese uada, Jo llevó al

capítulo, y mostrándole Ja imágen de Cristo crucificado, le dijo