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"1i,ccc;;itan para domar su carne y crucificarla con sus vicios
y
• concu¡lisca11cia, dormir ch el 5uelo, disciplinarse hasta derra–
"mar sangre, ayunar todos los días
a
pan y agua, cefiirsc con
u
áspero cilicio, ó con cadena de fierro; pero,
á
lo menos, son in–
"dispensables algunas mortificaciones extraordinarias para nd–
»quirir la perfcccion.,,
Y si
1
San Pablo castigaba su cuerpo para no hacerse réprobo,
si n embargo de sus trabajos apostólicos, de haber sido arreba–
tado al cielo,
y
de babérsele revelado arcanos que no coaveuia
comunicarlos; nadie será tan necio, que crea someter la ley de
su cuerpo
a
la de su espíritu,
y
adelantarse en todas las virtu–
des, sin frecuentes
J
espontáneas mortificaciones.
ilfas debe variar el ejercicio de estas segun la edad, tempera–
mento, sexo, estado, cmplt-o
y
<lemas .circunstancias de cada
uno, no olvidando, jamas, que es reprensible todo el que, por
indiscreta'S aust.eridacjes, se inhabilita para cumplir con los de–
beres de su· ejercicio ó de su estado. Y para no padecer enga–
ño ni por demasiado amor a su cuerpo, ni por imprudente fer–
vor de espíritu, aconsejan todos los doctores que no se haga
ninguna mortificacion extraordinaria, sin
el
dictámen de un
sábio
y
prud eut.e director.
Por lo que respecta á las mortificaciones qne exceden á las
fuerzas de la naturaleza, es doctrina general que son para ad–
miradas
y
no para que todos las imiten. Y puesto que algunos
santos han comido Mrne
y
bebido vino, aunque otros se hayan
abstenido de ellos, ni sea obstáculo para elevarse á la mas su–
blime santidad, el no privarse las cuaresmas de todo alimento
y bebida, ni suste11tarsc por algun tiempo con otro pan que el
Eucarístico, com0 se refie ra de algunos; es indudable que Ja
práctica de Jos extraord inarios ej,ercicios de mortificaciou, de–
be ser reglada por la voluntad expresa de Dios. El sa ha dig–
nado ostentar algunas veces de ese modo su poder y sabiduría,
inspirando
á
muchos de sus siervos esas espantosas penitencias,
sin que nos sea permitido en esta vida, comprender los fines
que se propuso al ordenarlas. Y cuando no puede dudarse de
esta vocacion divina, no debe impedirse su cumplimiento, como
lo enseüíl el sábio místico Alvarez de Paz, tratando de la perfcc -
ta contemplacion, en el capítulo
1
l de su tercer libro, por estas
palabras: «A l9unos, dice, son llamados á un mod0 cxtraordi-
' »nario de ' 'ida,
y
á
~racticar
grandes mortificaciones, ayudados
.. de Ja gracia, superando cou ella las fuerzas de la naturaleza
»concedidas al comuu de los hombres. J'\o conviene someter
»aquell os
ú
las reglas ordinarias, sino dejarlos seguirá Dios, que
"manillcstumenl.e los llama, y aflojarles las ri end as que snjcta-