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L09

"1i,ccc;;itan para domar su carne y crucificarla con sus vicios

y

• concu¡lisca11cia, dormir ch el 5uelo, disciplinarse hasta derra–

"mar sangre, ayunar todos los días

a

pan y agua, cefiirsc con

u

áspero cilicio, ó con cadena de fierro; pero,

á

lo menos, son in–

"dispensables algunas mortificaciones extraordinarias para nd–

»quirir la perfcccion.,,

Y si

1

San Pablo castigaba su cuerpo para no hacerse réprobo,

si n embargo de sus trabajos apostólicos, de haber sido arreba–

tado al cielo,

y

de babérsele revelado arcanos que no coaveuia

comunicarlos; nadie será tan necio, que crea someter la ley de

su cuerpo

a

la de su espíritu,

y

adelantarse en todas las virtu–

des, sin frecuentes

J

espontáneas mortificaciones.

ilfas debe variar el ejercicio de estas segun la edad, tempera–

mento, sexo, estado, cmplt-o

y

<lemas .circunstancias de cada

uno, no olvidando, jamas, que es reprensible todo el que, por

indiscreta'S aust.eridacjes, se inhabilita para cumplir con los de–

beres de su· ejercicio ó de su estado. Y para no padecer enga–

ño ni por demasiado amor a su cuerpo, ni por imprudente fer–

vor de espíritu, aconsejan todos los doctores que no se haga

ninguna mortificacion extraordinaria, sin

el

dictámen de un

sábio

y

prud eut.e director.

Por lo que respecta á las mortificaciones qne exceden á las

fuerzas de la naturaleza, es doctrina general que son para ad–

miradas

y

no para que todos las imiten. Y puesto que algunos

santos han comido Mrne

y

bebido vino, aunque otros se hayan

abstenido de ellos, ni sea obstáculo para elevarse á la mas su–

blime santidad, el no privarse las cuaresmas de todo alimento

y bebida, ni suste11tarsc por algun tiempo con otro pan que el

Eucarístico, com0 se refie ra de algunos; es indudable que Ja

práctica de Jos extraord inarios ej,ercicios de mortificaciou, de–

be ser reglada por la voluntad expresa de Dios. El sa ha dig–

nado ostentar algunas veces de ese modo su poder y sabiduría,

inspirando

á

muchos de sus siervos esas espantosas penitencias,

sin que nos sea permitido en esta vida, comprender los fines

que se propuso al ordenarlas. Y cuando no puede dudarse de

esta vocacion divina, no debe impedirse su cumplimiento, como

lo enseüíl el sábio místico Alvarez de Paz, tratando de la perfcc -

ta contemplacion, en el capítulo

1

l de su tercer libro, por estas

palabras: «A l9unos, dice, son llamados á un mod0 cxtraordi-

' »nario de ' 'ida,

y

á

~racticar

grandes mortificaciones, ayudados

.. de Ja gracia, superando cou ella las fuerzas de la naturaleza

»concedidas al comuu de los hombres. J'\o conviene someter

»aquell os

ú

las reglas ordinarias, sino dejarlos seguirá Dios, que

"manillcstumenl.e los llama, y aflojarles las ri end as que snjcta-