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107

nifica en ese lugar la ensetianza, respeto

y

obediencia

ú

la ley

del Selior. 'l'ambie n San Cipriano exhortando

á

las yfrgencs,

nombra la disciplina; pero ent:eude por ella el Yestiuo honesto

:

la mosdestia que deben ten er las que se hau consagrndo en–

teramente

á

Dios. Sin embargo, algunos autores, ex poniendo

e,tas palabras de San Pablo en su primera epistola

ú

los Corin–

tio , cap,

9,

ver.

27:

Castigo mi ciw·po

?!

lo pongo en servidumbre,

7;01·q1ie

no acontezca que hcibiendo predicado

éi

otros me haga yo mis-

11W

mprobado;

opinan que el apóstol maltrataba su ·cuerpo con

golpes; pe ro Sa n Ge rónimo , en su comentario de•esta epístola;

San Ambrosio, exponiéndola,

y

San Agustin, en su tratffdo del

nuevo cántico, dicen que el santo castigaba su cuerpo con los

ayu nos, los t rabajos, el hambre, la sed, el frio

y

la desnud ez,

cuya interpretaeiou es tomada de otras palabrns del mismo

apóstol que se Icen eu

Sil

segunda· epistola

ú

los Co rintio.,

cap.

G.

0

ver . 5. J,o que no puede duda rse es que, en los masa o

1iguo:< mouastc rios, se impouia la peua de azotes

á

los mougcs

c¡ue caian eu alguna culpa uotable;

y

que, segu n los cánones

penitenciales, se postrahau algunas veces los penitentes pnrn

LJUe el confesor los azolase con mimbres, como se acostumbra–

ba hasta ahora en algunas religiones. Por lo tanto , es muy pro–

bable que primero se usó la disciplina por mano ageua,

y

dcs–

pues se

introdu.io

azotarse po r la propia.

Entre las

m

ortificaciones extraordiua rias

y

expon lún eas, el

ayuno es sin duda la mas útil

y

la menos nociva

á

la salud. Siu

embargo, los a)' unos iumoderados destrnyc n las fu erzas de la

nat uraleza, principn lmcnte si uo se procura acostumbrnrla p'.lco

á

poco

á

una prol ongada abstinencia . Los <lemas medios inveu–

tados para mortificar la carne, como los co rpillos con pu tita,

agudas de fierro, las cadenas, co ronas

y

pesadas discipl inas del

mismo metal, ó de, otro cua lquiera , cstre1uece n

y

horrorizan

{,

los que: no peuctramos bien, como los santos, la malicia del pe–

cado

y

la santidad de ])ios, ni amamos

á

Jes'ucl'isto de modo que

deseemos imita l'ie, viéndole atado de pies

y

manos, azotado

cruelmen te, coronado de espiuus,

y

clavado en una cruz.

Pero la razon

y

experiencia nos pe rsuaden

ú

que, si n un a gra–

cia extrao rdiual'ia que fo rtifique el cue rpo

J'

el espírit u, son

t nn necivas esas tol'me ntosas mo rtificaciones si se usan con

frecuencia, que pueden ocasional' una muerte prematura.

Y

auque no tengan siempre, en cuautos las practicau, tan fuu cs-'

t o cesultado, se han ''isto en todos tiempos muchas pel'souas

excesivam ente mortificadas que, persuadiéndose, por fa lta de

bueua instrucciou,

a

que no podrian continuar en el se r"icio

de Dios sin maltratar mucho sus cuerpos; pasado su primiti