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nifica en ese lugar la ensetianza, respeto
y
obediencia
ú
la ley
del Selior. 'l'ambie n San Cipriano exhortando
á
las yfrgencs,
nombra la disciplina; pero ent:eude por ella el Yestiuo honesto
:
la mosdestia que deben ten er las que se hau consagrndo en–
teramente
á
Dios. Sin embargo, algunos autores, ex poniendo
e,tas palabras de San Pablo en su primera epistola
ú
los Corin–
tio , cap,
9,
ver.
27:
Castigo mi ciw·po
?!
lo pongo en servidumbre,
7;01·q1ie
no acontezca que hcibiendo predicado
éi
otros me haga yo mis-
11W
mprobado;
opinan que el apóstol maltrataba su ·cuerpo con
golpes; pe ro Sa n Ge rónimo , en su comentario de•esta epístola;
San Ambrosio, exponiéndola,
y
San Agustin, en su tratffdo del
nuevo cántico, dicen que el santo castigaba su cuerpo con los
ayu nos, los t rabajos, el hambre, la sed, el frio
y
la desnud ez,
cuya interpretaeiou es tomada de otras palabrns del mismo
apóstol que se Icen eu
Sil
segunda· epistola
ú
los Co rintio.,
cap.
G.
0
ver . 5. J,o que no puede duda rse es que, en los masa o
1iguo:< mouastc rios, se impouia la peua de azotes
á
los mougcs
c¡ue caian eu alguna culpa uotable;
y
que, segu n los cánones
penitenciales, se postrahau algunas veces los penitentes pnrn
LJUe el confesor los azolase con mimbres, como se acostumbra–
ba hasta ahora en algunas religiones. Por lo tanto , es muy pro–
bable que primero se usó la disciplina por mano ageua,
y
dcs–
pues se
introdu.ioazotarse po r la propia.
Entre las
mortificaciones extraordiua rias
y
expon lún eas, el
ayuno es sin duda la mas útil
y
la menos nociva
á
la salud. Siu
embargo, los a)' unos iumoderados destrnyc n las fu erzas de la
nat uraleza, principn lmcnte si uo se procura acostumbrnrla p'.lco
á
poco
á
una prol ongada abstinencia . Los <lemas medios inveu–
tados para mortificar la carne, como los co rpillos con pu tita,
agudas de fierro, las cadenas, co ronas
y
pesadas discipl inas del
mismo metal, ó de, otro cua lquiera , cstre1uece n
y
horrorizan
{,
los que: no peuctramos bien, como los santos, la malicia del pe–
cado
y
la santidad de ])ios, ni amamos
á
Jes'ucl'isto de modo que
deseemos imita l'ie, viéndole atado de pies
y
manos, azotado
cruelmen te, coronado de espiuus,
y
clavado en una cruz.
Pero la razon
y
experiencia nos pe rsuaden
ú
que, si n un a gra–
cia extrao rdiual'ia que fo rtifique el cue rpo
J'
el espírit u, son
t nn necivas esas tol'me ntosas mo rtificaciones si se usan con
frecuencia, que pueden ocasional' una muerte prematura.
Y
auque no tengan siempre, en cuautos las practicau, tan fuu cs-'
t o cesultado, se han ''isto en todos tiempos muchas pel'souas
excesivam ente mortificadas que, persuadiéndose, por fa lta de
bueua instrucciou,
a
que no podrian continuar en el se r"icio
de Dios sin maltratar mucho sus cuerpos; pasado su primiti
"º