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miuador , conviniéndose á seguir en tod o su dictámen,
y
á sus–
cribir lo que él decidiese. Así es que, concluido el exámen del
médico,
y
aprobado el espí ritu de
fa
santa, )o aprobaron igual–
mente los seis.
i\IotiYó este prolijo exámen, el que, habiendo consultado
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santa con varios c.infesores las arideces
y
angust ias que sufria .
ni nguuo la entendia ni cons0laba, reputáudola unos il usa, otro;;
hipocondriaca, otros débil de cerebro; }' ui aun el padre niaes–
tro Lorenzana, su director eu ese tiempo , penetró el secreto de
su es píritu; porque la Sauta ocultaba lo que no debia expon er,
sin qu e
s~
!e p rcgun t1?sc. Estaba rese r vado al docto r Castill o.
i:asga r la densa
y
oscurn nube que ecli psaba por horas al Divino
Sol de justicia en el espírit u de la santa, para que, e11 traudo en
el sa ntua rio de su corazo n, la viese unida coa el Oiv ino Esposo,
desde la edad de doce ali os, sin q\1c casi hubiese sufrido la pn:
rificaciou de sentid o, por su singular inocencia, pureza,
y
ar–
diente ca rida d desde los primeros crepúsculos de su razon .
.-\gradecicla la sa nta
ú
este sábio
y
piadoso consultor, no so–
lo
continuó comnnicandole privadamente ; u espíritu, y-los
fa–
vores que Dios le hacia, para recibir sus ü1struccioues
y
apro–
Yeclrnrse de sus consejos, como del mas consumado maestro
es¡ ·ritual que habia en Lima ea ese tiempo; sino que, despues
de muerta, se le apareció cincuenta veces rodeada de r esplan–
dores, )' conversando con é l lo ilustraba sobre algunos misterios
de: la glori.n, segu n lo declaró el.mismo doctor con juramento.
Posteriormente juró, 1ambien, que por espacio de seis meses se
le man ifestaba diariamente en el ciclo la virgen Rosa;
y
que,
pasado ese tiempo, le enviaba un ángel que en su nombre lo i11 s–
truye
y
consolase, en los di "s qu e ella no Jo visitaba. A mas de
esto, asegura el padre Melendez, cron ista de la religio n domi–
nica11a en el Per ú, que mereció tanta considerncion cu Roma el
informe jurado del doctor Castillo, que po r él, prin cipalmente,
se aceleró la aprobacion de las virtudes heróicas de la sa nta,
y
po r consiguiente su bea tifi cacion ,
y
cano11 izacio11.
Si se huLiese tenido el mismo piadoso celo cou fray Martin,
sabriamos mucho de su vida interior, de las desolaciones, traba–
j0s,
y
demas pruebas que por lo comun preceden
ú
la contem–
placion infusa; del tiempo que toleró coustautemente esas pe –
nas interiores,
y
de
losejercicios con que cooperó á la purificacion
de su espíritu, en
s.usmas terribles amarguras
y
tribulaciones.
Sobre todo, nos serYiria de instruccion
y
consuelo el que hubie–
se declarado por obediencia lo cjuc Dios le re l'ela ba eu esos
portentosos ra ptos, cuando r efl ejaba· su cuerpo algunos
rayo~
de la eterna luz que iluminaba su espíritu; y cuando Dios lo