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IOS -
CAPITULO VIII.
SU ?lfORTlF!CACION.
Nadie ignora que la mortifieacion puede ser interior y cspi·
rit ual, ó exterior
y
cor poral. Por aquella reprime el alma t<:>das
las inclinaciones viciosas, y por esta ¡;e abstiene <le cuapto ha–
laga los sentidos. Sin la primera, no puede ejercitarse ningnna ,
virtud; porque, naciendo todos propcrtSos al mal y deseando
satisfacer los deseos de nuestro <l epra vado cornzon, el que quie–
ra domar sus pasio nes, debe hacerse contiuua violencia, é im–
plorar el auxilio de la gracia. t>or lo tanto, puede decirse que
no hay momento en que no deba el cristiano mortificarse inte–
riormente; porque no hay ninguno en que no esté obligado
á
rectificar sus pensamientos, palabras y acciones, para confor–
mar su propia voluntad con la divina, y vivir de la
fé,
resistién–
do á las instigaciones del diablo, á la seduccion·del mundo, }'
á
los halagos de la carne. Comprendiéndose pues la mortifica–
cion interior en el ejercicio de todas las virtudes, solo debo
contraerme á
Ju
exterior.
Los actos de esta son obligatorios, ó de supererogacion.
l~n
tre los de precepto, tienen el primer lugar los que hacen parte
del sacramento de la penitencia, y son impuestos por el co11fe–
sor; el ayuno mandado por nucstrn madre la Iglesia católica,
del que nadie debe dispeusarse siu gravísimo impedimento; y,
en las personas religiosas, las penalidades que ordenan sus res–
pectivas constituciones. J,a mortificacion de consejo ó de sn–
pererogacion, tiene
á
raya lqs sentidos, no solo prohibiéndoles
lo ilícito, porque eso es de obligacion, sino tambien lo inútil,
que solo conduce á la satisfocciC>n de Ja propia voluntad. Tan
necesaria es esta mortificacion de la vista, d.el oído, del gusto,
olfato
y
tacto, qtte, sin ella, no solo es imposible medrar en la
vida ¡¡spiritual, pero ni aun conservarse en gracia largo tiem–
po. A mas de esta mortificacion ordinari.i
y
comun
á
todo jus–
to de cualquier estarlo, condicion y edad, hay otra extraordi-
JJ