-
108 -
fervor, concibieron tanto horror
ú
la virtud, que se abandona–
ron á todo género de placeres ilícitos; y otras que, lrnbiéndose
inhabilitado
á
adquirido males crónicos, no pudieron en lo res–
tante de sus dias cumplir con las obligaciones de su estado y
condicioo, reducidas
á
la triste sitnacion de no ayunar en los
dias de precepto, ni de oir l\Iisa, ni de orar, ocupándose casi
exclusivamente de recobrar la salud y reparar sus fuerzas con
medicinas apropiadas y alimentos nutritivos. ¿Y qué inquie–
tudes no chnsau en sus familias ó monasterios, las que son
víctimas de sus imprudentes penitencias? Las hijas ó esclavas,
que con la labor de sus manos sustentaban
ú
sus padres
ó
á sus
amos, quedaban muchas veces, por dichos excesos, en la impo·
tencia de socorrerlos, y las religiosas ni pueden asistir al coro,
ni aliviará sus hermanas desempeñando los oficios de la comu–
nidad. Por eso, todos los teólogos illlcargau la discrecion y pru·
dencia con que deben permitirse
ú
ordenarse las mortificacio–
nes expontáneas. Baste decir que, en seutit· de San Gerónimo,
los que se debilitan mucho por su inmoderada abstinencia
y
exc
esivas vigilias, ofrecen á Dios un holocausto de rapifía: que
San
Bernar.doconfesaba haber pecado estenuaudo sucuerpo y
ace
lerando sumuerte
coi~
excesivos ayunos, vigilias y mortifi–
caciones: y que, segun Santo Tomas, peca el que enflaquece tan–
to su naturalezá con los ayunos, vigilias
y
<lemas austeridades,
que se inhabilita para desempeñar lasfunciouesque le obligan
por su profesiou ó estado.
A pesar de lo dicho, Dios ha hecho ver, en un crecido nú–
mero de sautos, que le sou gratas esas extraordinarias peniten–
cias, no solo excitándolos á que las practiquen, sino, lo que es
mas admirable, conservándolos con vigor para cumplir con sus
penosísimos cargos, y auu prolongando la vida, en algunos, mas
dilatado tiempo que el que disfrutan por lo comun los inmor–
tificados. Y aun cuando, sin intencion de dallarse gravemente,
hayan abreviado su's dias algunos simtos y otras personas fer–
vorosas, no dudan los teólogos de que les haya sido lícita y
meritoria su penitencia, siempre que la hayan practicado para
reprimir la desenfrenada concupiscencia, para fortalecerse en
los peligros á que se ven ei.:puestos, para asemejarse á Jesucris–
to paciente,
ó
por otros motivos puramente sobrenaturales.
Por ese dice lilabillon, contemplando las espantosas flajelacio-
• nes de los santos: «No es vergonzoso ni sospechoso imitarlos,
por el contrario, esta imitacion es honorífica y loable.»
Aunque las doctrinas referidas parecen opuestas entre sí, es
fácil conciliar su aparente contradicciou. El cardenal Bclarmi·
- no
dice en su libro de las siete palabrns, capítulo 1O:
..;.xo todos