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fervor, concibieron tanto horror

ú

la virtud, que se abandona–

ron á todo género de placeres ilícitos; y otras que, lrnbiéndose

inhabilitado

á

adquirido males crónicos, no pudieron en lo res–

tante de sus dias cumplir con las obligaciones de su estado y

condicioo, reducidas

á

la triste sitnacion de no ayunar en los

dias de precepto, ni de oir l\Iisa, ni de orar, ocupándose casi

exclusivamente de recobrar la salud y reparar sus fuerzas con

medicinas apropiadas y alimentos nutritivos. ¿Y qué inquie–

tudes no chnsau en sus familias ó monasterios, las que son

víctimas de sus imprudentes penitencias? Las hijas ó esclavas,

que con la labor de sus manos sustentaban

ú

sus padres

ó

á sus

amos, quedaban muchas veces, por dichos excesos, en la impo·

tencia de socorrerlos, y las religiosas ni pueden asistir al coro,

ni aliviará sus hermanas desempeñando los oficios de la comu–

nidad. Por eso, todos los teólogos illlcargau la discrecion y pru·

dencia con que deben permitirse

ú

ordenarse las mortificacio–

nes expontáneas. Baste decir que, en seutit· de San Gerónimo,

los que se debilitan mucho por su inmoderada abstinencia

y

exc

esivas vigi

lias, ofrecen á Dios un holocausto de rapifía: que

San

Bernar.do

confesaba haber pecado estenuaudo sucuerpo y

ace

lerando su

muerte

coi~

excesivos ayunos, vigilias y mortifi–

caciones: y que, segun Santo Tomas, peca el que enflaquece tan–

to su naturalezá con los ayunos, vigilias

y

<lemas austeridades,

que se inhabilita para desempeñar lasfunciouesque le obligan

por su profesiou ó estado.

A pesar de lo dicho, Dios ha hecho ver, en un crecido nú–

mero de sautos, que le sou gratas esas extraordinarias peniten–

cias, no solo excitándolos á que las practiquen, sino, lo que es

mas admirable, conservándolos con vigor para cumplir con sus

penosísimos cargos, y auu prolongando la vida, en algunos, mas

dilatado tiempo que el que disfrutan por lo comun los inmor–

tificados. Y aun cuando, sin intencion de dallarse gravemente,

hayan abreviado su's dias algunos simtos y otras personas fer–

vorosas, no dudan los teólogos de que les haya sido lícita y

meritoria su penitencia, siempre que la hayan practicado para

reprimir la desenfrenada concupiscencia, para fortalecerse en

los peligros á que se ven ei.:puestos, para asemejarse á Jesucris–

to paciente,

ó

por otros motivos puramente sobrenaturales.

Por ese dice lilabillon, contemplando las espantosas flajelacio-

• nes de los santos: «No es vergonzoso ni sospechoso imitarlos,

por el contrario, esta imitacion es honorífica y loable.»

Aunque las doctrinas referidas parecen opuestas entre sí, es

fácil conciliar su aparente contradicciou. El cardenal Bclarmi·

- no

dice en su libro de las siete palabrns, capítulo 1O:

..;.xo todos