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·~uestra
humilde perseverancia le suavizarú, y por esta cspe–
«cie de importunidad, obtendremos lo que no hemos merc–
«cido. Dios se oculta para avivar nuestros deseos; y siendo
«Padre de misericordias
y
Dios de toda consolacion, no en–
•dulza prouto nuestras amarguras, para no fundar la obra de
.. nuestra perfeccion sobre una voluntad débil, impaciente y
•pegada
á
las cosas sensibles."
Fenefon, ibíd.
Es indudable que la oracion de fray Martin• fué conforme á
estas doctrinas,
á
lo menos en la sustancia, aunque nada sabe–
mos de su método de orar. Solo consta que oraba en el siglo
desde niüo. y que en la religion no cesó de orar basta su muer–
te . Oraba de dia cu la safo del capítulo, oraba en la Iglesia to–
das las noches, oraba en su celda, en la enfermeri.a, en el campo,
cuando salia fuera de la ciudad, en el convento de la Recoleta
Domínica, cuando visitaba
á
su fiel amigo y compañero fray
Juan Masias, y, en una palabra, orílhaá todo instante; pues asis–
tiendo á los enfermos y cumpliendo con las obligaciones de su
cargo, nunca dejó de orar.
Habiéndose abstenido en su niñez de los entretenimientos
éomnues á los de
s11
edad, es de creer que, desde entonces, ru–
ruiaria en su mente el alirnc:nto espiritual con que sus padres
procuraria11 nutrir su alma, y preservar su corazon de las funes–
tas impresiones que podrian hacer en él los objetos sensibles;
y qne, inclinado de este modo á la piedad desde sus tiernos aiios,
J
uer;o que supo leer, se aplicaria á meditar profllndamente las
verdades de que estaba imbuido, leye ndo libros espirituales.
Instruido, cuanto permitia su edbd, en los sublimes misterios de
!a lleligion, y con la dicha de que en s memoria uo se hubie–
sen grabado espe'cies vanas del mundo, ni de objetos seductores,
Dios
fué
el único objeto de su corazon, como lo era de su mente
la fé. En una alma inocente
y
pura, que oye atentamente la
palabra de Dios, que la estudia para llCnetrarse de los miste–
rios y máximas morales que contiene, sacrificando su rnzon en
obseqiüo de la infalible y eterua verdad, obedeciéndola ciega–
mente y consagrándola todos sus afoctos, á poco tiempo de este
sagrado ejercicio, (!llalquiera verdad, meditada, derrama eR ella
tanta suavidad y dulzura, que ni su entendimiento puede dejar
de mirarla simplemente, ni su voluntad de amarla. En este
estado, ni fatiga su imaginacioo con representaciones materia–
les, ni su mente con reiteradas reflexiones: cree
y
ama, y se
une
ú
Dios por la fé y la caridad. Así me parece que sucederi,1
eu fray llfortin, y que, desde muy jóveu, cada punto de fé que se
propondria meditar,
clev~ria
su alma
á
contemplar las verda–
des reveladas, derritiéndose su cornzon en vivos afectos de com-