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mo. Si, como qu ería n los realistas, lo único ver–
daderamente existente, con carácter substancial
e n Dios, son los géneros; negándose la reali–
dad de las especies, de todo lo que es indivi–
dual
y
concreto; se degeneraba e n un id ea li smo,
igualmente pernicioso, en el qu e desaparece la
libe rtad y la res ponsabilidad del hombre.
Esta ruidosísima
y
tra scede ntal controversia,
e n la qu e toman parte reyes
y
pontífices, estu–
diantes y sacerdotes, atraviesa, con ·incierto éxi–
to, toda la filosofía escolás tica, en su
tres pe–
ríodos; predominando unas veces la escuela
nominali sta,
y otras
la realista, en relación
co n el caprichoso favor qu P.
les dispensaba la
a utoridad oficial de la f1rlesia. El célebre Abe–
larclo cree e ncontrar la solució n en el término
medio, rep resentado por su
Conceptualismo,
en
e l qu e se a firma la existencia de los individuos
omo realidad
y
de los géneros como concep–
tos; teo ría tan falsa como las anteriores, pue -
to que la
xis te ncia de una idea :;upone su re–
p resentación real, sin la que es imposible con–
cebirla.
Co ntribuía, e n aqu 1los tiempos,
á
dar mayor
calo r
y
dese1\volvimi ento á toda di puta, el an·
ta,..;onismo que . epa raba á dos !Ju tres órdenes
reli<Yio as: Ja Domínica
y
la Franci cana; las
que sed clararon divorciada , fuera de otr<ts
ontrover ias en el doo·ma de Ja creación, en
1
~
1
que sostuviero n una lucha metódic
y.
tan
Yiolenta. qut=>: llegó ha ta comprometer la u111dad
de la Igl e ia.
na
y
otra hacían u o de la filosofia ans–
tot ' Jica Ja que descubierta completamente por
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