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ella, en su lucha por la existencia

y

por la vic–

toria, pone en contribución todos los conoci–

mientos, para que la ayuden

é

iluminen en sus

investigaciones, íntimamente convencida de· la

estrecha unión que enlaza

á

todas las ciencias.

Así también se encamina

á

la

genfriilización,

·que en medio de la inmensa multiplicid.ad de"

materiales. debe ser siempre el ideal del pen–

samiento filosófico .

. Por fin, esta filosofia del siglo XIX mantiene,

en su

s~no,

un fondo ele penoso

pesimismo:

La

idea de

límlle,

que impone

á

sus investigaciones,

encierra la mayor amargura. El límite, tanto

en la contrariada actividad ·de sus filósofos que

no pueden asimilarse, con · igual óencia, todas

las partes en qlle se fracciona

la filosofía de

hoy; cuanto en el

término <le tocios los estu–

dios que intentan remontarse de la realidad

á

los principios ocultos de la vida,

á

las ca'usas

finales

y

absolutas; es la triste ley impuesta á

nu estro pensamiento filosófico;

y

si éste en su

inquieta soberbia la soporta es que ella pesa

sobre nuestra inteligencia con irresistible im–

perio. El audaz que intenta negarla se pierde,

caprichoso, en las nubes, c9mo

aqu~llos

glohos

que se remontan sin el necesario lastre, sin

go–

bierno ni presión, para caer luego estrellados

en las rocas

ó

seoultaclos en la inmensidad de

los n1ares.

Aquella idea pesimi63ta inmanente en la filo–

sofia contemporánea es diversa del pesimismo

metódico que informa todo un falso sistema

en nuestra historia de la filosofía: ei pesimismo

de Schoppenhauer

y

de

Hartrnann, á los que