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_guiendo los vaivenes de la hi s tori a, e ntrega su
caliz, primero al genio d e D escartes
y
lu ego al
de Hege l; para lan g uid ece r así, rega ndo flores
por su cam ino y e nt ona ndo cantos armoniosos,
cual la Ofelia d e Shakespeare.
Sobre las construcciones e fímeras de las es-
-cuelas s is temá ti cas, hay dos principios e te rnos
que sostienen al id ea li smo: e l sentimiento de
lo marav il loso y la impote ncia de la c!enciq hu–
mana e n fr e nt e del problema espec ulativo de
las causas finales.
y
del p roblema práctico de la
sa tisfacci ó n de n uestras aspiracio ne s en
la vi–
da, d e l probl ema el e la fel icidaJ del hombre.
Por estos principios he explicado tambi é n, en
e l pe nsa mi e nto del siglo XIX, e l ex tra ño in–
gerto de las doctrinas místicas de
la India,
contenidas e n el es piritismo
y
e n la t eoso fía.
A las escuelas idea lis tas se les debe, por otra
parte,
~111a
cie ncia de inestimable va lor, que
manti e ne aún e l espí ritu
tradici ona l de la es–
cuela e n !as e nseña;1 zas académicas: la
ló/;ica .
Mediante e lla, Maine de Biran, Cousin
y
Jou–
ftroy , Pa ul Janet, pretenden conciliar la agoni–
zan.teesc ue la con las avanzadas conq uistas de
nues tro s iglo . Mediante e lla también, a unqu e
por opuesta dirección, Schoppenhauer en su
panteismo pesimista de la
Voluntad
_ciega y
fa–
ta l;
y
H ar tma nn e n e l de lo
I nconsciente
han
e nsayado la uni ó n ele la metafisica ontológica
con las cie ncias expe ri men tales. Bien exami–
nados e n sus consecuencias.
tal
vez estos
sistemas contienen más principios mate rialis–
tas que idea li stas; pasándose así ya al otro
bando ; pero examinados, en su concepto filo-