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R.
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Pl~REZ GALDÓ~
-
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-¿
Ymi
hijo?
.' -Aquí
también.
,
~-
Ya
le .veo,
ya
le veo,» dijo demostrando
en su mirar
y
en el tono de su
voz
que se ha–
llaba
de
nuevo
en
€stado
de
lücidez.
,
t
Su espfri tu aleteaba entre el cielo
y
la tie-
·rra. Daniel la Lesó acdientemente intentando
reabin1ar, con el calor de su boca, aquel her–
moso cuerpo, que iba c'ayendo en el frío abis–
mo de la muerte. Abrió Gloria los ojos,
y
su
mirada parecía Ulla resurrección, porque pu–
so en ella toda la expresión, toda la
.vida,
to–
do el sentimiento
y
In gracia de sus más felices
dí-as. Al mismo tiempo ,sonreía. La que había
sido gala de la tierra
y
regocijo de la humani–
dad, se detenía aún en la puerta del cielo,
y
vuelta hacia el valle de lágrimas, le consagra–
ba su últitna mirada
y
su sónrisa última, co–
mo el desterrado que ha tomado CRl''iflo al país
de su destierro
y
desde la frontera de su pa–
tria
10
contelllpla. Elevando entollces los ojos
al cielo,
y
enlazando sus manos con las del
autor de su desgracia, exclamó:
cCreo en Dios, en mi alma inmortal, inma–
recedera del bien si
J
€sucristo
DO
la hubiera
redimido del pecado original; creo en
J
sucris–
to, que murió por salvarnos, en el Juicio fin
J.
en la remisión de
108
pecados .•