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. H. 'PÉREZ OALnÓE:
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Su
voz
se
fuá
apagando,
y
sus fa'Cciones ' se–
alteraron ·demacrándose. Morton no pudo re··
slstir más aquella
situación,
y
saliÓ corriendo.
En la sala inmediata no
habi~
nadie. Vió una·
~pue.rta
que·
conducía
á
o_bscuro
pasillo, entró
por él,
y
después
de andar regular trecho en
tinieblas, salió
á
un recinto alumbrado: era.
UDa
Iglésia. En el altar, donde ardíau algunas
-luces,
un pobre .y humilde
cura,
con
casulla
raída, elnpezaba la misa de alba. La tercera
parte
~
de la
Iglesia
estaba llena de-
aldeanos.
-Desde la puerta de la
sacl'ist~a
gritó
Daniel
(!on todas las fuerzas de sn voz:
«¡SocorroI,
Mien tra s
él
estu vo fnera, Gloria, sin notar
<s u
ausencia, hablaba
de es te
modo:
c
¡·Oh,
qüerido tío...
ha.
vencido usted ... qué
grato
cOllsuelo para n:d-!...
~ii
conciencia
)J
o
-me
acusa de n ada,
y
muero tranquila con la
santa .
absolución
que
usted
lTIe
d ió
esta
tarde
on nuestra capi ll a. ¿Está usted con ten to de
mí? Lo espero.•. Niogún nuevo pecado tengo
que revelar. ¿No djje que me era itnposible
dejar de amarle? Si
ahora está
á
mi
lado ,
DO
le
acuse usted
á
él.
Yo
he
venido
aquí,
y
he
ve–
llido sin culpa. Dios nos ha puesto juntos, en
senal
de
nuestra unión eterna, allá donde no
hay más que una religión ... Uete llora,
que–
rido tío : ¿por qué? Soy
f
lizo
E
t
tard , al